Los vory entraron en la habitación de Raisa, la agarraron por los brazos, la llevaron al pasillo y la sacaron por la puerta al balcón. El patio, abajo, estaba abarrotado. Fraera permanecía de pie en el centro. Al ver a Raisa, hizo una seña a sus hombres para que se apartaran. Se hicieron a un lado y dejaron ver a Leo y a Karoly de rodillas, con las manos atadas por delante como esclavos listos para ser vendidos. Zoya estaba entre la multitud de espectadores.
Leo se levantó. Varias armas le apuntaron. Fraera ordenó con un gesto que las apartaran.
—Dejad que hable.
—Fraera, no tenemos mucho tiempo. Hay más de treinta T-34 en la ciudad ahora mismo. Los soviéticos van a aplastar esta resistencia. Van a matar a cada hombre, mujer y niño que tenga un arma. No hay posibilidad de vencer.
—No estoy de acuerdo.
—Frol Panin se ríe de vosotros. Este levantamiento es una farsa. No se trata del futuro de Hungría. Os están explotando.
—Maxim, lo ves todo al revés. No me están explotando: estoy explotando a Panin. Nunca podría haber hecho esto por mí misma. Mi venganza habría terminado en Moscú. En lugar de simplemente poder vengarme de las personas involucradas en mi detención, como planeaba en principio, me ha ofrecido la oportunidad de vengarme del mismo Estado que destrozó mi vida. Aquí, estoy hiriendo a Rusia.
—No. Las fuerzas soviéticas pueden perder cien tanques y mil soldados, y no importará. Les dará lo mismo.
—Panin ha subestimado el alcance del odio que hay aquí.
—El odio no es suficiente.
Fraera dirigió su atención a Karoly.
—¿Eres su traductor? ¿Te ha nombrado Frol Panin?
—Sí.
—¿Tienes órdenes de matarme?
Karoly pensó y respondió:
—O Leo o yo teníamos que matarte una vez que hubiese comenzado el levantamiento.
Leo estaba perplejo. Fraera negó con la cabeza con desdén.
—¿No te diste cuenta de tu verdadero cometido, Leo? Eres un asesino inconsciente. Eres tú el que trabaja para Panin, no yo.
—No lo sabía.
—Ésa es tu respuesta para todo… No lo sabías. Deja que te explique. Yo no desencadené esta rebelión. Lo único que hice fue impulsarla. Podrías matarme. No supondría ninguna diferencia.
Leo se volvió hacia Zoya. Llevaba un arma sobre el hombro, granadas en el cinturón. Tenía las ropas rasgadas, arañazos en las manos. Ella mantuvo la mirada, con una expresión rígida de odio, como si temiera que surgiese alguna otra emoción. El chico que asesinó al Patriarca estaba junto a ella. Le daba la mano.
—Si luchas, morirás.
Fraera se dirigió a Zoya.
—Zoya, ¿qué dices? Leo te está hablando.
Zoya dio un golpe al aire con su arma.
—¡Luchemos!