El mismo día

El transporte blindado de personal soviético que se acercaba causó el mismo pánico entre la muchedumbre que una explosión detonada en su mismo centro. Cada ciudadano salió disparado en una dirección distinta, desesperados por salir de la calle. Raisa corrió tanto como pudo, con hombres, mujeres y niños tras ella, intercambiando posiciones. Un anciano se cayó. Una mujer intentó ayudarlo tirando de su abrigo, luchando por sacarlo del camino. El blindado o bien no lo vio, o bien no le importó, y se dispuso a pasar por encima de la pareja como si se tratase de escombros. Raisa corrió hacia atrás y con esfuerzo sacó de en medio al hombre mientras el vehículo crujía al moverse. La oruga pasó tan cerca que Raisa sintió una ráfaga de aire metálico.

Raisa examinó la calle. No veía ni a Leo ni a Karoly, pero estaban cerca. Aprovechando la confusión generada por el blindado, cogió una calle lateral, una cualquiera, y corrió hasta que, exhausta, se detuvo. Esperó, respirando con dificultad. Se había separado de Leo. Ahora podía buscar ella sola a Zoya.

Se le había ocurrido la idea en Moscú, más o menos en cuanto oyó que Zoya estaba viva. Zoya podía imaginarse una vida con ella. Se lo había dicho. No podía imaginársela con Leo. A lo largo de esos seis meses, Raisa no creía que hubiera cambiado de opinión. Si acaso, la postura de Zoya se habría consolidado. En el tren a Hungría, su decisión se reforzó al ver a Karoly relacionarse con Leo. Dos exagentes, suspicaces el uno con el otro, pero conectados como miembros de una sociedad secreta. Zoya se preguntaría: «¿Dos agentes del KGB enviados para rescatarme?». Escupiría ante aquella idea. Qué poco la comprendían, un sentimiento que, sin duda, Fraera había explotado, afirmando que simpatizaba con la sensación de soledad de Zoya.

Raisa dudaba de que Leo llegara a aceptar que su desaparición fuese intencionada. Karoly quizá adivinase sus verdaderas intenciones. Leo lo negaría. Esa demora le daría a ella una pequeña ventaja. Karoly les había facilitado un mapa de la ciudad y había marcado su piso en caso de que se separasen. Calculaba que debía de encontrarse en algún lugar cerca de Stahly Ut. Necesitaba ir directamente al sur, evitando las rutas más obvias, hacia el cine Corvin, donde habían visto a Zoya.

Lentamente, pues se veía obligada a mantener escondido el mapa, llegó a Ulloi Ut. El distrito había sido testigo de intensos combates. Había proyectiles de tanque usados esparcidos por los adoquines rotos. A pesar del tamaño de la calle, Raisa veía a muy poca gente, figuras que emergían rápidamente entre las puertas y desaparecían; una quietud tétrica para una vía tan importante. Permanecía cerca de los muros de los edificios, avanzando vacilante. Cogió un ladrillo roto, lista para introducirse por una puerta o romper una ventana y trepar a través de ella por si tenía que ponerse a cubierto. Al palpar el ladrillo, se percató de que la parte de abajo estaba húmeda. Perpleja, miró al suelo y se dio cuenta de que los adoquines estaban pegajosos.

Se había extendido un tejido a lo ancho de la calle. Era seda. Rollos y rollos de preciosa seda. Pero estaba empapada de espuma jabonosa. Desconcertada, Raisa dio dudosa un paso adelante, y sus zapatos de suela lisa resbalaron, de manera que sólo podía avanzar con una mano apoyada en la pared. Como si hubiese hecho saltar una alarma, bramaron desde las ventanas de arriba. Había personas a ambos lados, en las ventanas, en la azotea, fuertemente armados. Raisa oyó un ruido sordo, sintió un temblor y se dio la vuelta. Un tanque entró en la calle, merodeó y examinó ambos lados antes de girar en dirección a ella, dar la vuelta sobre su oruga y acelerar. Todos los que estaban en las ventanas desaparecieron, retirándose fuera de su alcance. Era una trampa. Ella estaba en medio.

Raisa corrió a través de la seda húmeda, se cayó, se revolvió para levantarse y alcanzó la tienda más cercana. La puerta estaba cerrada. El blindado se acercaba por detrás. Blandió el ladrillo y reventó la ventana, provocando la caída de fragmentos de cristal a su alrededor. Trepó al interior justo cuando el tanque llegaba al comienzo de la espumosa seda. Raisa miró atrás, convencida de que el tanque atravesaría ese rudimentario obstáculo sin dificultad. Pero inmediatamente dio un bandazo, perdió la sujeción y se subió chapoteando a la seda resbaladiza. No tenía tracción, ningún control. Raisa miró hacia la azotea y vio que las fuerzas que estaban al acecho se reagrupaban. Una descarga de cócteles molotov impactó alrededor del tanque y lo cubrió de fuego. El tanque apuntó con la torreta hacia lo alto del edificio y disparó un proyectil. Incapaz de controlar su posición, el misil falló y se perdió en el cielo.

Raisa corrió hacia el interior de la tienda. Las paredes comenzaron a temblar. Se dio la vuelta. A través de la ventana rota vio cómo el tanque viraba en su dirección. Se tiró al suelo cuando el blindado se estrelló contra la fachada de la tienda. El cañón se clavó en el techo sobre ella y las paredes se desmoronaron. El tanque estaba atascado.

Entre el humo y el polvo, Raisa se recompuso y fue dando tumbos hacia la parte de atrás de la tienda destruida. Llegó a las escaleras y oyó a los insurgentes bajando de sus posiciones en la azotea. Atrapada entre el tanque y los que bajaban, se retiró detrás del mostrador y empuñó su propia arma. Con los ojos justo por encima de la altura del mostrador, vio cómo un soldado soviético abría una trampilla.

Los insurgentes llegaron. Raisa pudo ver a una joven con boina que llevaba una ametralladora. La mujer amartilló su arma y apuntó hacia el soldado ruso, lista para disparar. La joven era Zoya.

Raisa se levantó. Como reacción, Zoya se giró y apuntó el arma hacia ella. Cara a cara después de cinco meses, se encontraban rodeadas de humo y polvo de ladrillo, y Zoya con una ametralladora colgándole de las manos como si fuese infinitamente pesada. Estaba estupefacta, con la boca abierta. Por detrás, el soldado ruso, con la cara mugrienta, que quizá no tuviera ni veinte años, aprovechó la oportunidad. Apuntó a Zoya. Raisa reaccionó instintivamente y levantó su TT-33, apretó el gatillo, disparó varias veces y alcanzó en una ocasión la cabeza del joven, que cayó de golpe hacia atrás.

Sin poder creer lo que había hecho, Raisa observó el cuerpo del soldado, con el arma aún apuntando. Se rehízo, consciente de que había muy poco tiempo y miró de nuevo a Zoya. Caminó hacia delante y le cogió las manos a su hija.

—Zoya, tenemos que irnos. Por favor, has confiado en mí antes, confía en mí de nuevo.

La cara de Zoya expresaba su lucha interna. Raisa se alegró, podía partir de algo. A punto de empezar a hablar, se detuvo. Fraera apareció al pie de la escalera.

Raisa apartó a Zoya y apuntó. Cogida por sorpresa, Fraera no se defendió. Raisa la tenía a tiro. Dudó. En ese momento, notó el cañón de un arma contra su espalda. Zoya le apuntaba directamente al corazón.