Malysh estaba sentado en un saliente, escuchando el agua que corría por las alcantarillas. Hacía dos meses, el mundo tenía sentido. Ahora estaba confuso. Le gustaba a alguien no porque supiera manejar un cuchillo, no porque fuera útil; le gustaba a alguien porque… no sabía decirlo exactamente. ¿Por qué le gustaba a Zoya? Nunca le había gustado a nadie antes. No tenía ningún sentido. Ella le había salvado la vida sin razón aparente. A pesar de haber tenido la oportunidad de escapar, no sólo la había rechazado, sino que había arriesgado su vida por él.
Fraera se acercó y se sentó junto a él, con las piernas colgando, como amigos a la orilla de un río, aunque lo que corría debajo de ellos no eran peces y hojas caídas, sino los desperdicios de la ciudad. Fraera preguntó:
—¿Por qué te escondes aquí?
Malysh hubiera querido permanecer en silencio, malhumorado, pero no contestar era un insulto imperdonable, así que murmuró:
—No me encuentro bien.
Para su sorpresa, Fraera se echó a reír.
—Hace dos meses hubieras matado a esa chica y no hubieras vuelto a pensar en ello.
Le colocó una mano en el hombro.
—Necesito saber si harás cualquier cosa que te ordene, sin pensártelo.
—Nunca te he desobedecido.
—Nunca has estado en desacuerdo con nada de lo que te he ordenado.
Malysh no podía contradecirla; era cierto, nunca había tenido una opinión opuesta hasta ese momento. Ella lo había empujado hacia Zoya para probarlo. Había fabricado su relación con Zoya para compararla con su relación con ella.
—Malysh, cuando estuve en la cárcel, oí una historia que contó una convicta chechena. Procede de las leyendas nartianas, y trata sobre un héroe llamado Soslan. Es costumbre de los nartianos vengarse no sólo de los males causados contra ellos, sino de los cometidos contra su familia o antepasados, por muy antiguo que sea el crimen. Las disputas duran cientos de años. Soslan pasó la vida entera sediento de venganza. Cuando seas mayor de edad, Malysh, necesitarás un nuevo nombre. Yo esperaba que fuera Soslan.
Aunque su voz no había cambiado, Malysh sintió el peligro. Fraera se puso de pie.
—Sígueme.
Malysh la siguió por los túneles y cámaras hasta la celda de Zoya. Fraera abrió la puerta. Zoya estaba de pie en el rincón; los había oído acercarse. Buscó en los ojos de Malysh la confirmación de que algo iba mal. Fraera agarró a Zoya por la muñeca y tiró de ella hacia la puerta. Confuso, Malysh no sabía si obedecer o protestar. Antes de que pudiera tomar una decisión, Fraera cerró la puerta y lo dejó encerrado.