17

Moscú

El mismo día

Raisa se sentó en la cama de Elena y observó cómo dormía. Desde la visita de Fraera, las preguntas de Elena se habían vuelto más insistentes, como si sintiera que la situación había cambiado. Las promesas de que el regreso de Zoya era inminente ya no bastaban. Se había vuelto inmune a las afirmaciones, se quedaba satisfecha sólo durante una hora, más o menos, antes de que el efecto se desvaneciera y recuperara su profunda incomodidad. Sonó el teléfono. Raisa se apresuró a cogerlo.

—¿Hola?

—Raisa, soy Frol Panin. Hemos contactado por radio con Leo. El avión viene de camino. Estará en la ciudad en menos de cinco horas. Lazar viene con él.

—¿Se ha puesto en contacto con Fraera?

—Sí, estamos esperando a recibir instrucciones para el intercambio. ¿Quiere recibir a Leo en el aeropuerto?

—Por supuesto.

—Le enviaré un coche cuando el avión esté cerca. Casi hemos llegado, Raisa. Casi la tenemos.

Raisa colgó el auricular. Se quedó junto al teléfono, pensando en aquellas palabras.

«Casi la tenemos».

Panin hablaba de atrapar a Fraera; le interesaba poco su hija. A pesar del considerable encanto de Panin, Raisa estaba de acuerdo con las afirmaciones de Leo acerca de su carácter: era un hombre frío.

Elena estaba de pie en el pasillo. Raisa extendió la mano. Elena dio unos pasos hacia delante. Raisa la condujo hasta la cocina y la sentó a la mesa. Calentó leche en el fuego y la vertió en una taza. Le puso la taza delante.

—¿Vendrá Zoya esta noche a casa?

—Sí.

Elena cogió la taza y dio un sorbo, satisfecha.

No había más tiempo para pensar en la oferta de Fraera. Raisa ya no creía en el plan de Leo. Tras haber conocido a Fraera en persona, tras haber sentido su ira, no tenía sentido entregar a Zoya a Leo y convertirlo en un héroe. Él conseguiría con aquel intercambio de prisioneros todo lo que Fraera no quería que él tuviera: una hija, felicidad, una familia unida de nuevo. La premisa era errónea. Leo era ingenuo si creía en ella. Zoya estaba en peligro. Leo no sería el que la fuera a salvar.

Raisa abrió un cajón y sacó una vela roja. La colocó en el alféizar de la ventana, bien a la vista desde la calle, encendió una cerilla y prendió la mecha. Elena preguntó:

—¿Qué haces?

—Encender una vela para que Zoya pueda encontrar el camino a casa.

Raisa miró hacia la calle. La vela estaba encendida. Había hecho la señal. Aceptaría la oferta de Fraera. Dejaría a Leo.