El mismo día

La sombra que proyectaba la montaña envolvió el Gulag 57; se extendía por la llanura y llegaba hasta el campamento militar provisional. Able Prezent miró su reloj: la toxina empezaría a hacer efecto muy pronto; los prisioneros estarían cayendo inconscientes. Habían calculado el tiempo con precisión. A nadie le parecería raro en el campo que por la noche los prisioneros estuvieran cansados. Antes de que se despertaran sus sospechas, las tropas de tierra avanzarían sin ser vistas, atravesarían la verja y recuperarían el control. Matarían a los prisioneros, excepto un número determinado necesario para evitar acusaciones de una masacre. Las noticias del hecho se extenderían por toda la región. Todos los demás campos recibirían el mensaje de que el levantamiento había fracasado y que los gulags estaban allí para quedarse, que no eran el pasado, sino que formaban parte del futuro y que siempre serían parte de su futuro.

—Perdone, señor.

Un guardia desastrado se encontraba de pie ante él.

—Yo iba en el camión que vino del Gulag 57. Soy uno de los guardias heridos que liberaron.

El brazo del hombre estaba vendado.

Able sonrió condescendiente.

—¿Por qué no está en la tienda medicalizada?

—Fingí mis heridas para subir al camión. No estoy herido de gravedad. El médico me ha dicho que estoy lo suficientemente bien como para seguir con mis tareas.

—No tiene por qué preocuparse por sus camaradas. Pronto iniciaremos la operación de rescate.

Able se dispuso a marcharse. El hombre insistió.

—Señor, no se trata de ellos. Se trata de los tres hombres que conducían el camión.