Moscú
El mismo día
Como dos gatos callejeros, Zoya y Malysh estaban sentados uno al lado del otro en el tejado del bloque de apartamentos 424. Zoya permanecía junto a Malysh, deseosa de hacerle ver que no quería escapar. Tras el cansancio que le había supuesto recorrer varios kilómetros por los sistemas de alcantarillado, subiendo escalerillas, pasando junto a muros cubiertos de limo, los dos estaban empapados de sudor y era agradable estar en el tejado, abanicados por una fresca brisa nocturna. Zoya se sentía fortalecida. En parte era debido al ejercicio, tras muchos días y noches sedentarios. Pero sobre todo era por estar con él. Aquello parecía la niñez que le habían robado: traviesas aventuras con un alma gemela.
Zoya echó un vistazo a la foto que Malysh sostenía entre los dedos.
—¿Cómo se llama?
—Malina Niurina.
Zoya le cogió la foto. Niurina era una mujer de treinta y tantos años, severa y remilgada. Llevaba uniforme. Zoya le dio la vuelta a la foto.
—¿Vas a matarla?
Malysh asintió brevemente, como si alguien le hubiera preguntado si podía fumar. Zoya no estaba muy segura de si le creía o no. Le había visto atacar al vory que había querido violarla. Era hábil con el cuchillo. Reticente y melancólico, no parecía alguien que se jactara porque sí.
—¿Por qué?
—Es una chekista.
—¿Qué hizo?
Malysh la miró confuso, sin entender.
Zoya amplió su pregunta.
—¿Detuvo a gente? ¿Los interrogó?
—No lo sé.
—¿Vas a matarla pero no sabes lo que hizo?
—Ya te lo he dicho. Es una chekista.
Zoya se preguntó qué sabría él acerca de la policía secreta. Comentó con cautela:
—No sabes mucho sobre ellos, sobre la policía secreta, ¿verdad?
—Sé lo que hacían.
Malysh lo pensó un momento antes de añadir:
—Detenían a gente.
—¿No tienes que saber un poco más sobre una persona antes de matarla?
—Fraera me ha dado la orden. No necesito ninguna otra razón.
—Eso es lo que dirían ellos, los chekistas, sobre las cosas que hacían: que sólo cumplían órdenes. Malysh se empezó a irritar.
—Fraera dijo que me podías ayudar. Así que me puedes ayudar. No dijo nada acerca de hacer un montón de preguntas idiotas. Puedo llevarte de vuelta a tu celda si es eso lo que quieres.
—No te enfades. Te he preguntado por qué, eso es todo. ¿Por qué vamos a matar a esa mujer?
Malysh dobló la foto y se la volvió a meter en el bolsillo. Zoya lo había arrinconado. Se había animado y había cruzado una raya. Su descaro había podido con ella. Permaneció en silencio, esperando no haberlo estropeado todo. Pensaba que Malysh se había irritado y se sorprendió cuando habló en un tono casi de disculpa.
—Sus crímenes estaban escritos en una lista. No quise pedir a nadie que me lo leyera en voz alta.
—¿No sabes leer?
Observando su reacción, Malysh negó con la cabeza.
Ella tuvo cuidado de no hacer ningún gesto al advertir su inseguridad.
—¿No fuiste a la escuela?
—No.
—¿Qué les pasó a tus padres?
—Murieron. Yo viví la mayor parte del tiempo en estaciones de tren, hasta que llegó Fraera —y preguntó—: ¿Te parece mal que no sepa leer?
—Nunca tuviste la oportunidad de aprender.
—No estoy orgulloso de ello.
—Lo sé.
—A mí me gustaría leer, y también escribir. Algún día aprenderé.
—Aprenderás rápido, estoy segura.
Se quedaron sentados en silencio durante una hora más, contemplando cómo se iban apagando una a una las luces de los edificios circundantes cuando sus ocupantes se iban a la cama. Malysh se puso de pie, estirándose como una criatura nocturna que sólo se empezaba a mover cuando los demás dormían. De los bolsillos de sus anchos pantalones sacó una bobina de alambre y la desenrolló. En el extremo del alambre ató un trozo de espejo y le dio vueltas hasta que quedó asegurado. Con cuidado, inclinó el espejo en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Caminó hasta el extremo del edificio, se tumbó boca abajo y bajó el alambre hasta que el espejo quedó a la altura de la ventana del dormitorio. Zoya se unió a él, tumbándose a su lado y mirando hacia abajo. La cortina estaba echada, pero había una pequeña abertura. En la habitación oscura se distinguía una figura en una cama. Malysh tiró del alambre hacia arriba, quitó el espejo, enrolló de nuevo el alambre y se lo volvió a meter todo en el bolsillo.
—Entraremos por el otro lado.
Zoya asintió. Él hizo una pausa y susurró:
—Tú puedes quedarte aquí.
—¿Sola?
—Confío en que no te escapes.
—Malysh, odio a los chekistas tanto como Fraera. Estoy contigo.
Se quitaron los zapatos y los dejaron colocados juntos en el tejado. Bajaron por la pared de ladrillo, sujetándose a la cañería. Fue un descenso corto, un metro más o menos. Malysh llegó al alféizar con tanta facilidad como si hubiera una escalera. Zoya lo siguió titubeante, tratando de no mirar hacia abajo. Estaban en un sexto piso y una caída sería fatal. Malysh sacó el cuchillo para meterlo entre las hojas de la ventana, alzó el pestillo, abrió la ventana y entró en el piso. Le preocupaba que Zoya pudiera hacer algún ruido, por lo que se volvió y le ofreció la mano. Ella la rechazó y saltó con agilidad al suelo de madera.
Habían entrado en el salón, una estancia grande. Zoya susurró al oído de Malysh:
—¿Vive sola?
Él asintió brevemente, molesto por la pregunta. Quería que hubiera silencio. El tamaño del piso era notable. A base de sumar los metros cuadrados de espacio vacío, Zoya podía adivinar la categoría de los crímenes de aquella mujer.
Pasillo adelante, la puerta del dormitorio estaba cerrada. Malysh extendió la mano y cogió el picaporte. Antes de abrir la puerta indicó a Zoya que permaneciera detrás, escondida en el salón. Aunque ella quería seguirlo, él no iba a permitirle avanzar más. Zoya asintió, retrocedió y esperó mientras Malysh abría la puerta.
Malysh entró en la habitación a oscuras. Marina Niurina estaba en la cama, acostada de lado. Preparó el cuchillo, se acercó a ella e hizo una pausa como si estuviera en equilibrio sobre un acantilado. La mujer de la cama era mucho mayor que la de la fotografía; tenía el pelo gris y la cara arrugada. Debía de tener al menos sesenta años. Él dudó y se preguntó si se habría equivocado de dirección. No, la dirección estaba bien. Quizá la foto hubiera sido tomada hacía muchos años. Se inclinó hacia delante y sacó la foto doblada para comparar. La cara de la anciana estaba a oscuras. No estaba seguro. El sueño hacía parecer inocente a todo el mundo.
De pronto, Niurina abrió los ojos y su mano salió de debajo de las sábanas. Llevaba una pistola, y la colocó a la altura de los ojos de Malysh. Sacó las piernas de la cama, dejando ver un camisón de flores.
—Atrás.
Malysh obedeció, con los brazos en alto, el cuchillo en una mano y la foto en la otra, calculando si podría ser lo bastante rápido para desarmarla. Ella le adivinó el pensamiento y apuntó con la pistola, disparó al cuchillo y le arrancó la punta del dedo. Malysh gritó y se agarró la herida mientras el cuchillo caía con un golpe al suelo. Niurina dijo:
—El disparo atraerá a los guardias. No voy a matarte. Voy a dejar que te torturen. Puede que incluso me una a ellos. Voy a descubrir quiénes son tus compañeros. Luego iremos a matarlos a ellos también. ¿De verdad creíais que íbamos a dejarnos matar por tu banda uno por uno?
Malysh retrocedió. Ella se puso de pie, fuera de la cama.
—Si crees que si escapas tendrás una muerte más fácil, una bala por la espalda, piénsalo mejor. Te dispararé a los pies. De hecho, será mejor que te dispare a los pies ahora, para asegurarme.
Con el corazón saltándole en el pecho, apenas capaz de respirar, Zoya tenía que actuar rápidamente, no quedarse de pie en medio de la habitación, atontada como una niña idiota. La anciana no podía haberla visto. Miró a su alrededor y no encontró ningún sitio donde esconderse excepto debajo del escritorio. Herido, Malysh salía del dormitorio hacia ella, con las manos chorreando sangre. Tuvo cuidado de no mirarla para no delatarla. Ella era su única oportunidad. La mujer estaba casi en la puerta. Zoya se metió como una flecha debajo del escritorio.
Desde su escondrijo, Zoya vio a la mujer por primera vez. Era mucho más vieja que en la fotografía, pero era la misma mujer. Estaba sonriendo burlona, disfrutando del poder que le confería la pistola, mientras seguía de cerca a Malysh. Si Zoya no hacía nada, si permanecía bajo el escritorio, llegarían los guardias, Malysh sería detenido y a ella la rescatarían, se reuniría con Elena y Raisa, se reuniría con Leo. Si no hacía nada, su vida volvería a la normalidad.
Zoya se levantó de un salto y se arrojó a por la pistola. Cogida por sorpresa, Marina Niurina volvió el arma hacia ella. Zoya la agarró por la muñeca y le hundió los dientes tan profundamente como pudo. Oyó un disparo ensordecedor junto a su oído y la bala se alojó en la pared; Zoya sintió las vibraciones del retroceso a través de los dientes. Con la mano libre, la mujer golpeó a Zoya repetidas veces, hasta que le hizo caer al suelo.
Indefensa, Zoya levantó la vista mientras la mujer le apuntaba con la pistola. Antes de que pudiera disparar, Malysh saltó sobre su espalda y le hundió los dedos en los ojos. Ella gritó, dejó caer la pistola y le arañó las manos, lo que provocó que él apretara más. Malysh miró a Zoya.
—¡La puerta!
La mujer gritaba, retorciéndose cada vez más. Zoya corrió hasta la puerta delantera y la cerró con cerrojo al mismo tiempo que el guardia subía las escaleras. Cuando Zoya se volvió, Niurina cayó de rodillas, con Malysh aún sobre su espalda. Él le sacó los dedos, dejando una masa sanguinolenta donde habían estado sus ojos. Malysh cogió el arma e hizo un gesto a Zoya para que lo siguiera: corrió hacia la ventana.
Tras ellos, los guardias daban patadas a la puerta. Malysh disparó contra la madera y detuvo su avance. Dejó caer la pistola —tenía el tambor vacío— y siguió a Zoya fuera, al alféizar de la ventana. Los guardias lanzaron una ráfaga de fuego de ametralladora como respuesta y las balas alcanzaron todos los rincones del salón. Empezaron a trepar por la pared exterior. Zoya llegó primero al tejado. Oyó cómo destrozaban la puerta del salón y las exclamaciones de los guardias al ver la escena sangrienta que tenían delante.
Zoya se inclinó hacia abajo y ayudó a Malysh a subir. Cuando ambos estaban en el tejado, cogió sus zapatos y se dispuso a huir. Malysh la agarró por la muñeca.
—¡Espera!
Al oír a los guardias en la ventana de abajo, Malysh cogió una teja de pizarra y se preparó. La mano de un guardia agarró el alféizar. Cuando el guardia se impulsó hacia arriba, Malysh le estrelló la teja en la cara. El guardia se soltó y cayó al pavimento. Malysh gritó:
—¡Corre!
Corrieron por el tejado y saltaron al edificio adyacente. Al mirar hacia abajo, vieron montones de agentes en la calle. Malysh comentó: Era una trampa. Estaban vigilando el piso. Esperaban que Niurina fuera un objetivo.
Con la ruta que tenían para escapar bloqueada, se vieron obligados a entrar en el nuevo edificio, y acabaron en un dormitorio. Malysh gritó:
—¡Fuego!
En aquellos edificios superpoblados, antiguas estructuras de madera con viejas instalaciones eléctricas defectuosas, el fuego era un temor constante. Cogió la mano de Zoya y salió corriendo al pasillo; los dos se pusieron a gritar:
—¡Fuego!
Aunque no hubiera humo, el pasillo se llenó de gente en unos segundos. El pánico se extendió rápidamente por todo el edificio, alimentándose a sí mismo. En las escaleras, Zoya y Malysh se dejaron caer a gatas y pasaron entre las piernas de la gente.
Fuera, en la calle, los inquilinos iban saliendo del inmueble, confundiéndose con el KGB y la milicia. Zoya agarró el brazo de un hombre, como si estuviera asustada. Malysh hizo lo mismo y el hombre, compadecido, los hizo pasar a través de los agentes, que pensaron que eran una familia. En cuanto estuvieron libres, soltaron los brazos del hombre y escaparon.
Al llegar a la alcantarilla más cercana tiraron de la tapa y bajaron a los túneles. En la parte de abajo de la escalera, Zoya rasgó un trozo de su falda y envolvió el dedo ensangrentado de Malysh, dando vueltas a la tela hasta que el dedo pareció una salchicha. Al recuperar el aliento, ambos empezaron a reír.