El mismo día

Eufórico, Genrikh se aferró a la torreta de la ametralladora, con las olas rompiendo a su alrededor como si estuviera cabalgando a lomos de una monstruosa ballena. Gracias a su valentía, el intento de fuga de los convictos había fracasado. ¡De cobarde a héroe en una noche! Antes, dentro de la torre, al oír el estallido de la batalla entre los guardias y los prisioneros, se había refugiado en las dependencias de la tripulación, asustado. Había visto pasar corriendo a su amigo Iakov y no había hecho nada; había seguido escondido. Sólo cuando estuvo seguro de que los convictos habían sido vencidos, de que habían sido rechazados y el barco estaba a salvo, salió; entonces comprendió, demasiado tarde, el peligro distinto en que se encontraba. La tripulación superviviente lo acusaría de ser un desertor. Lo odiarían, como lo había odiado la tripulación anterior. Sería condenado a otros siete años de aislamiento. Lívido de desesperación, la redención le cayó encima, el sonido del metal chocando contra metal. Había sido el único miembro de la tripulación que había oído a los convictos golpear la escotilla. Estaban tratando de hacerse con el barco desde la cubierta. La escotilla no se había construido para aguantar ataques contundentes. Normalmente, ningún prisionero se atrevería a tocarla por miedo a que le dispararan. Era la oportunidad de demostrar su valor. Revigorizado ante la perspectiva, corrió por la cubierta desde la base de la torre. Había apuntado y disparado. Mareado de emoción, gritó y disparó una segunda y una tercera ráfaga contra la escotilla. Permaneció allí fuera mientras duró la tormenta. Todos los que estaban en la torre presenciaron su extraordinario valor. Si algún convicto trataba de pasar, si algún convicto se acercaba siquiera a la escotilla, lo mataría.

De pie en el puente, mudo de rabia ante la estupidez de Genrikh, Timur no podía permitirle que disparara de nuevo. El barco tenía baja la línea de flotación y el capitán apenas podía avanzar entre las olas. Si entraba más agua, se hundirían. La tormenta no mostraba señales de disminuir. Timur sabía, cosa que no sabían los otros, cuánta agua había entrado ya cuando abrió las puertas exteriores. Tras haber salvado al barco de los convictos, ahora tenía que salvarlo de un guardia.

Corrió escaleras abajo y se preparó para abrir de un golpe la puerta que conducía a la cubierta. El viento y la lluvia arreciaban a su alrededor como si se sintieran personalmente insultados por su presencia. Cerró la puerta y se enganchó al cable de seguridad. La distancia entre la base de la torre y la torreta de la ametralladora era de unos quince metros, una extensión libre de la cubierta; si lo atrapaba una ola mientras cruzaba ese espacio, sería golpeado contra uno de los lados de la cubierta o caería al mar. El cable de seguridad serviría de poco y lo arrastraría por el mar como un cebo de pesca hasta que el cable se rompiera. Miró los agujeros de bala en la escotilla. Algo le llamó la atención: un trapo que pasaba por uno de ellos, cerrando el orificio. Genrikh estaba apuntando para disparar otra vez.

Timur corrió por la cubierta en el momento en que una ola empezaba a inundar un lado y se precipitaba hacia él. Se lanzó hacia delante para agarrarse a la torreta y empujó el arma hacia el aire. Genrikh disparó. La ola llegó. Durante una décima de segundo, las piernas de Timur se levantaron. Si no hubiera estado enganchado, el mar lo habría arrastrado. El agua se retiró y sus piernas volvieron al suelo. Con la boca y la nariz llenas de agua salada, Timur se puso a farfullar. Recobrándose, cogió a Genrikh por el cuello y, perdido el control, furioso, lo sacudió como a una muñeca de trapo. Lo empujó hacia atrás, sacó el cargador del arma y lo arrojó al mar.

Con la ametralladora desarmada, Timur fue de nuevo tropezando hasta la torre y comprobó la escotilla al pasar. Estaban metiendo más trapos en los agujeros. Cuando estaba casi en la torre sintió el impacto de otra ola. Se dio la vuelta y vio el agua precipitándose hacia él. El agua lo levantó y lo golpeó contra la cubierta. Silencio, lo único que podía ver era un millón de burbujas. Luego el agua se retiró de la cubierta y los sonidos de la tormenta volvieron a aparecer. Se enderezó y miró a su alrededor. La torreta de la ametralladora había desaparecido, arrancada como un diente podrido. Los trozos los había arrastrado el agua hasta la proa del barco. Genrikh estaba atrapado entre los hierros retorcidos.

Timur tenía longitud suficiente de cable como para ir pegado al costado y rescatar al joven guardia. Genrikh, penosamente, trataba de liberarse del metal. Estaba atrapado. Si los restos se iban por la borda, él iría con ellos. Timur podía salvarlo. Pero no se movió. Miró hacia el mar. Estaban subiendo sobre otra ola, pronto volverían a caer en su seno y la fuerza que había barrido una torreta de ametralladora de la cubierta se los llevaría a ellos también.

Timur volvió la espalda a Genrikh, cogió el cable y se impulsó hacia la torre. El ángulo del barco cambió y se hundió hacia abajo. Llegó a la puerta, entró y la cerró.

Genrikh subió con una ola, manoteando para mantenerse a flote. El agua estaba tan fría que no podía sentir nada por debajo de la cintura. Arrastrado por encima de la borda, sintió un intenso dolor cuando el metal lo desgarró. Atontado por el shock, fue como si las heladas olas lo hubieran partido en dos. Durante un segundo vio las luces del barco, y luego desaparecieron.