El aniversario de la muerte de William la encuentra en brazos de su madre. No ha recorrido más de diez mil kilómetros para eso, para llorar con la cara escondida en su regazo como si fuera pequeña. Pero, mientras su madre la acuna y le acaricia el cabello sin hablar, mientras su madre le da pequeños y suaves golpes en la espalda al son de Carlos Gardel, mientras su madre la cuida y la esconde del mundo allí adentro, mientras su madre la mantiene aislada con sus brazos como si sus brazos fueran un escudo protector, una barrera invisible contra el dolor, da por bien empleadas las veinte horas de avión, las protestas de las nenas, la maleta perdida con la ropa de más abrigo, la incomodidad del jet lag, la pena de recorrer los lugares que había recorrido la última vez de la mano de su marido, los pésames que se dan tanto tiempo después como si la muerte de Will acabase de suceder, el reencuentro con sus suegros, a los que no ha vuelto a ver desde que los despidieron en el aeropuerto cuando embarcaron para Florida y que la abrazan con esa delicadeza del que lo ha perdido todo y está a punto de desvanecerse, de desaparecer, de fundirse con el aire. Va a visitarlos con las niñas, y mientras ellas juegan en el jardín de la casa, se le encoge el corazón al pensar cuántas veces jugó ahí mismo el pequeño William sin pensar que tendría hijas y que sus hijas repetirían sus juegos, que se balancearían en el columpio hecho con la rueda del camión del hermano menor de su padre, el tío Josué, y se revolcarían en el arenero donde de chico le prohibían jugar porque el gato del vecino se escapaba para mear y cagar a toda hora, sobre todo durante la noche, y luego el niño se aparecía en la cocina con una mierda de gato en cada mano.
Aunque su familia no quiere dejarla sola y es obvio que hacen planes y turnos para ejecutar los planes que han hecho antes, se escapa y sale a pasear a menudo y hace cosas que le apetece hacer, como caminar sin rumbo fijo o sentarse en un bar a tomar un café sin hablar con nadie, y también hace cosas porque cree que William las haría y así le siente más cerca, como entrar en librerías y dedicar horas a hojear libros que no va a comprar y fantasear con cuál de todos ellos se llevaría William si estuviera vivo, si aquella mañana en aquel sótano en aquel hospital aquella doctora que los atendió en aquella consulta no hubiera dicho:
—Me temo que no tengo buenas noticias. William. Tienes cáncer colorrectal.
Si, tras la cirugía y las interminables sesiones de quimioterapia, aquella otra mañana en aquella otra consulta aquel otro doctor no les hubiera dicho:
—Me temo que no tengo buenas noticias, William. Hay metástasis en el páncreas.
Si, tras la cirugía y las interminables sesiones de quimioterapia y las inacabables visitas al hospital para hacer analíticas y pruebas varias sobre el estado del tumor, aquel otro doctor en aquella otra consulta no hubiera dicho:
—Me temo que no tengo buenas noticias, William. Deberíamos ir pensando en los tratamientos paliativos.
Si, en lugar de todo aquello, aquella primera vez hubiera ocurrido así:
—Es una almorrana.
O:
—Es una fisura.
O:
—No es nada, deje de engordar el gasto en la sanidad pública y no incordie más.
Y entonces no habría habido más veces, y ahora tomarían juntos medialunas y cafés en el London City y él hablaría de cuando Cortázar había escrito allí Los premios como si lo hubiera escrito él mismo, o él mismo hubiera visto al escritor con sus propios ojos, con un confite en una mano y una pluma en la otra. Le enfadaría oírle. Le enfadaba oírle. Ojalá le oyera.
Le habla de eso a su madre, el día del aniversario, de las pequeñas miserias que no supo evitar.
—Pero eso es la vida, querida.
—Joder, mami, esperaba algo más de ayuda por tu parte…
—¿Ves? Cuando yo me muera, ¿qué vas a hacer? ¿Te mortificarás pensando que en este momento en lugar de abrazarme y darme besos te molestó que yo no me pusiera profunda y te dijera una obviedad?
Se ríe.
—Eso es lo que te digo, ¿viste? Hacés cosas, decís cosas… No siempre es lo mejor que podés hacer o decir, lo más oportuno… Pero yo creo que vos hiciste lo que pudiste con Will.
—Vos sos mi mamá, qué vas a decir.
—No lo trataste mal, nunca te encontró en la cama con otro hombre, le diste dos hijas, te desviviste por ellas, fuiste una buena madre, una madre fuerte, luchadora, una niña que tenía montones de sueños y los aparcó para seguirle en los suyos…
—Pero le guardé rencor por eso.
—Y quién no lo haría…
—Y se lo hice notar todos los días de su vida.
—Seguramente. Pero también le harías notar otras miles de cosas que le compensaron en todos los días de su vida, por eso estuvo a tu lado hasta el final, y estuvo feliz.
—Ya, eso me lo dijo a mí también muchas veces, pero no me consuela.
—No te torturés con eso, no tiene sentido. Tenés que concentrarte en tus hijas, en salir adelante, en recuperarte y en estar bien. Sos muy joven, todavía podés enamorarte, casarte otra vez, tener más bebés, enviudar de nuevo…
Se ríen.
—No, yo ya tuve mi ración en esta vida. Tuve mi ración de felicidad, que por lo que se ve era corta, y tengo mi ración de dolor.
—Pues no hagás que dure eternamente.
—Y cómo se hace eso, mami…
La madre mueve la cabeza.
—Yo enterré un hijo.
Se les rompe el corazón a las dos. Oyen cómo se les resquebraja en mil pedazos.
—En una caja blanca, tan pequeña… —A la madre ya no le tiembla la voz—. Tan pequeña…
—…
—Me dolían los pechos, por la leche que él ya no podría mamar, tenía fiebre, y el dolor… Ese dolor que no se iba con ningún calmante, esa ausencia tan grande… Me preguntaba cómo podía dejar ese hueco un bebé tan chico, si sólo lo había acunado nueve días… Y cómo extrañaba su olor, el olor de su boquita, de su piel… Y tu papá, que es de tan poco expresar, con esa tristeza en la mirada que te partía ese pedacito del alma que aún se te mantenía entera. Yo creía que no podría seguir viviendo.
—Pero seguiste, siguieron, los dos.
—Seguimos los dos, sí, y a los dos se sumó tu hermano Lautaro, y a Lautaro se le sumó Laura y a Laura te sumaste vos…
—…
—Y esa herida está ahí, y ese hueco está ahí, y a veces duele mucho, y a veces duele muchísimo, y a veces…, a veces llega la noche y te sorprendés porque te decís: «Mirá, si hoy no pensé en él ni lo imaginé con cincuenta años y dos hijos y un doctorado en físicas y una esposa que no me la banco…».
Giuliana mira hacia la ventana para que su madre no vea que se ha puesto a llorar.
—Aunque te girés, veo que estás llorando. ¿Ya no te acordás de que los padres tenemos superpoderes?
Le ofrece su regazo.
—Vení acá, dale.
La obedece y llora. Le llena la bata de mocos y lágrimas.
Allí mismo, en sus faldas, piensa lo que escribirá poco más tarde.
Giuliana Di Benedetto
29 de julio de 2012
Hace un año que escribí esto:
«En la madrugada del 29 de julio de 2011, a las 3,10 a. m., hora española, me despedí de este mundo, ya que no quise sufrir más, llevándome en mi alma y mi corazón todo el amor de mi mujer y de mis hijas, junto con todo el cariño de todos ustedes, que me apoyaron para luchar desde el momento en que caí enfermo.
No hubo tiempo para muchas cosas, entre ellas ver crecer a mis hijas, compartir mi vejez con Giuli, y muchas muchas más, pero hubo momentos hermosos que compartí con ellas, y eso nunca lo olvidaré.
Gracias por todo de nuevo, gracias de verdad, ahora sí que pude alcanzar la paz y el descanso que necesitaba, disfruten de cada día y celebren la alegría de vivir, no estén tristes, que esto es un hasta luego, ya nos encontraremos en algún lugar y compartiremos más momentos hermosos.
Los quiero mucho».
Pasaron ya 366 días desde ese 29 de julio de 2011… y aquí seguimos plantándole cara a la vida. Y digo esto porque, como mujer adulta que soy y a mis cuarenta y tres años y después de haber pasado por esta situación, me resulta muy difícil no llorar, no conmoverme ante el llanto de mi hija mayor cuando me dice que extraña mucho a su papá, y otras tantas situaciones que me llenan de preguntas, entre las cuales la más sonada es ¿POR QUÉ? Aunque, como digo siempre, es inútil seguir preguntándome lo mismo cuando sé que no hay respuesta para ello, o al menos no la tengo. De esos últimos días en la vida de Will, tengo muchos momentos guardados en mi memoria y en mi corazón, y ayer por la noche quería escribir, pero el sueño y mi mente se negaron a que lo hiciera; son recuerdos difíciles, tristes en su mayoría, porque habría preferido otro final para un tipazo como él, que, a pesar de tener un carácter jodido y temperamental, dio siempre lo mejor de sí para su familia, sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus allegados, incluso para los desconocidos. Los que lo conocieron saben que disfrutaba ayudando a los demás, ya sea con un consejo, una charla, un café.
En lo personal, estoy mejor, igual que las nenas, la cotidianidad tiene esas cosas, y hemos aprendido que la mejor manera de sobrellevar todo esto es poniéndole ganas, desde el momento en que nos levantamos hasta cuando apoyamos la cabeza en la almohada. Seguir adelante aunque a veces duela, aunque a veces nos sintamos con pocas fuerzas, aunque a veces creamos que él aparecerá de nuevo para decirnos que todo está bien…
Quizás algún día entienda el porqué de tu partida, mientras tanto nosotras seguiremos honrando tu nombre y tu memoria, porque vos te lo merecés y porque a nosotras nos hace bien, y también a tus padres. Hoy los vi. Recordarte juntos nos hizo bien.
Y quedate tranquilo, que no estamos solas… Y menos hoy. Estamos en casa, volvimos a casa, lo sabés, aunque también sabés, desde antes que yo, porque yo recién me he dado cuenta, que en realidad nuestra casa está donde estemos nosotras, donde estés vos, porque vos estás a nuestro lado. Pero yo necesitaba volver, volver aquí para reír de nuevo, para no estar sola, para no dejar caer sobre mis hombros todo el peso de esto que pesa tanto, que duele tanto también. No sabés lo bien que me ha hecho hoy estar con mi mamá, sentir su calor, sentir el calor de toda la gente que me ha abrazado. Y qué decir de mi papá, con sus silencios, con sus sentimientos cautivos, más que nunca a flor de piel cuando mira a sus nietas. A menudo lo sorprendo mirándome y sé que se pregunta si estoy bien y sé que quiere abrazarme y no se atreve, lo miro y sé de dónde me viene ese temor a romperme, a derramarme, a volverme una plañidera si empiezo a llorar, a no saber cómo parar. Pero le sostengo la mirada y le sonrío, y con la sonrisa le digo: «Estoy bien, papi», porque es verdad, Will, no estoy bien, pero también estoy bien. No estoy bien si pienso en vos, pero estoy bien si pienso en la gente que tengo la fortuna de tener, gente como mis papás, mis primos, mis amigos de primaria y de la universidad, gente a la que vos ya conocías y yo no y ha tenido la delicadeza de no tomar en consideración ese carácter mío, que vos sabés que no es antipatía sino timidez, y se me ha quedado cerca, cerca de mí y cerca de lo que más me importa, las nenas.
Gracias a todos por los mensajes, correos, llamados que han llegado desde todas las partes del mundo, Will, todos acordándose de vos, todos mandándonos fuerzas. Gracias por ese café compartido hoy por la tarde, por pasar por la casa para saber cómo estamos. Pensaba que es una pena que no hayás podido disfrutar de la compañía de tanta gente que se ha cruzado en mi camino, pero siento que tu muerte sirvió para que cada uno de ellos se acercara a nosotras, y sé que vos estás detrás de todo esto, como siempre estuviste en cada aspecto de nuestras vidas. Te seguimos amando como el primer día, y te seguiremos extrañando mucho más. I love you so much.