El tiempo pasa deprisa. No debería ser así, porque su sensación a diario es que los segundos se enredan unos con otros y se hacen largos, eternos. Las noches no tienen fin, las mañanas son interminables y las tardes, tediosas. Los fines de semana se resisten a avanzar y todo el tiempo es domingo, con las niñas preguntando sin parar qué vamos a hacer hoy qué vamos a hacer hoy qué vamos a hacer hoy, o peleándose entre ellas por el mando de la tele, o riñendo porque quieren el mismo trozo de pizza o abrazándose hasta hacerse daño porque se quieren taaaaaaaaantooooo que han de abrazarse justo así, gritando su amor de manera tan fuerte como su abrazo, hasta que terminan por dañarse y entonces vuelve la bronca. Sin embargo, a pesar de que los días tienen mucho más de veinticuatro horas, más de mil cuatrocientos cuarenta minutos y, desde luego, infinitamente más que los ochenta y seis mil cuatrocientos segundos que dicen tener, el tiempo pasa deprisa.

Si vive no se da cuenta. Sólo lo nota cuando vuelve la vista atrás, cuando repasa su historial en Facebook y, junto a las decenas de fotos de soles que dan los buenos días y de lunas que dan las buenas noches, de citas de escritoras que animan a amar y de poetas que luchan contra el desamor, encuentra felicitaciones como ésta:

Giuliana Di Benedetto

19 de marzo de 2012

Día del Padre… Feliz día, Tati, a pesar de tu partida seguís siendo el mejor papá del mundo para nuestras princesas, y lo seguirás siendo por siempre, porque así lo decidiste desde el día en que nos enteramos de que íbamos a ser papás, ¿¿te acordás?? Todavía me acuerdo del día que nació Marie, llevaste la cámara para filmar ese momento mágico, y no pudiste hacer nada más que llorar de emoción ante semejante acontecimiento como fue el nacimiento de nuestra primera hija. Una de las enfermeras filmó los primeros llantos de la nena. Y con Ana ya tenías más experiencia, pero la misma emoción, y como me decías siempre, ser papá te hizo mejor persona. Por todo eso y mucho más te deseamos FELIZ DÍA, TATI, se te extraña mucho por aquí, te echamos mucho de menos y te recordamos a cada momento (pensar que hoy hace 234 días que te fuiste y que para nosotras, para mí, es como si aún estuviéramos en el primer día, en la línea de salida siempre, siempre ahí con esa mirada atónita). I love you

O como esta otra:

Giuliana Di Benedetto

29 de abril de 2012

¡Ayyyyy, cuántas emociones se me juntaron hoy!, qué loco, pensar que un día como hoy hace doce años uní mi vida a un hombre excepcional, al que elegí como padre de mis hijas, y ese día le dijimos al mundo que habíamos decidido unir nuestras vidas para siempre. Qué putada, porque también un día como hoy pero hace diez meses ese hombre partía a la eternidad, y a esta hora yo estaba con mis hijas en el crematorio recogiendo sus cenizas. De verdad que a veces ni yo me lo creo, pero las cosas son así y hay que afrontarlas como sea, por eso hoy te he traído con mi pensamiento, con la ilusión de poder sentirte un poco más. ¡Feliz aniversario, Pitu!, porque, aunque se diga «hasta que la muerte los separe», sé que a nosotros dos ni eso nos ha separado, te amo y te amaré como siempre…

O declaraciones de intenciones, del tipo:

Giuliana Di Benedetto

17 de mayo de 2012

Mucha gente me ha dicho que soy una mujer fuerte, y yo siempre les digo lo mismo: que mis hijas me dan la fortaleza diaria para seguir, a pesar de que hay días, casi todos los días, en que de lo único que tengo ganas es de quedarme dentro de la cama y desaparecer, pero no puedo, no debo, ellas no lo merecen y además me acuerdo de la frase que William siempre decía: «Tenés que hacer lo que hay que hacer (You have to do what ever you have to do)», y hoy encontré esto y me gustó, y creo que describe muy bien a la gente que pasa por mi misma situación o por otras situaciones límite que te pone la vida:

«Alguien una vez me preguntó cómo yo tenía mi cabeza tan alta después de todo lo que había pasado. Le dije: “Es porque no importa qué, yo soy una sobreviviente, no una víctima”». Patricia Buckley

O maneras deportivas de infundirse ánimos:

Giuliana Di Benedetto

24 de junio de 2012

Las cosas que una se entera leyendo Wikipedia… Ayer 23 fue el Día Internacional de las Viudas (no hay nada que festejar, pero es para «dar un reconocimiento especial a la difícil situación de las viudas y sus hijos», según la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas), también ha sido el Día E o del idioma español, lengua que hablamos unos quinientos millones de personas; y hoy cumple veinticinco años un grande, el + grande: Leo Messi. A eso le sumo la vuelta de RIVER a la primera división del fútbol argentino en el día de ayer, ya que LO IMPORTANTE NO ES CAER, SINO SABER LEVANTARSE, como decía siempre Will, y como me repito a diario desde que se marchó, y como en todo este tiempo no dije nada al respecto, creo que hoy me merezco una línea: A TODOS LOS QUE SE RIERON DE RIVER LES DIGO QUE EL DESCENSO A CUALQUIERA LE PUEDE TOCAR, NO IMPORTA LO GRANDE QUE SEAS, pero lo importante es no dejar nunca de pelear y no rendirse, aunque los demás no piensen lo mismo. Y con esto doy por finalizada mi intervención en este tema, así que no contestaré ningún comentario.

No quiero olvidarme de otro enorme deportista que hoy ha llorado como un niño, ya que era tan grande la emoción que no pudo contener las lágrimas: FERNANDO ALONSO. Tati, sé que donde estés habrás disfrutado con esa remontada de diez puestos de Alonso, ¡y encima en Valencia! ¡¡¡Buen domingo!!!

Y al leerlo comprende que no es verdad lo que dice, que han pasado doscientos días, trescientos, pero no como si todavía estuvieran en la línea de salida. Les duele igual, pero también les duele más, y también les duele menos. Hay días en los que piensa que no ha llorado y otros que se los pasa cocinando con cebolla para poder disimular. Hay días que se suman unos a otros y se solapan y hay días que pasan rápidos porque no han estado tan mal. Pero sean como sean, los días, de repente ya es verano, ya es verano y no podrán cumplir los planes que hicieron el año pasado, cuando William aún vivía y pensaba que podría vencer la enfermedad y se dijeron:

—¿Y si en agosto nos vamos de crucero?

Estuvieron mirando navieras y en un alarde de optimismo reservaron una junior suite en un barco que salía de Valencia y llegaba a Roma pasando por Túnez, Génova y Split. Tenían tanta ilusión que en el hospital, cuando le quedaban veintisiete horas de vida y no lo sabían, le dijo:

—Si llega el día del crucero y ha pasado algo, andá igual con las nenas.

—Lo mismo te digo. Si yo no puedo ir porque me ha bajado el período o algo, agarrá a las nenas y embarcá sin mí.

—No, yo lo digo en serio.

—Y yo.

—No digo que me vaya a morir, digo si estoy ingresado o algo, como ahora, si surge un imprevisto…

—Qué repesado sos…

—Leí un haiku el otro día, y me acordé del crucero.

—¿Me lo vas a recitar?

—Sí.

—Dale.

Carraspeó y le entró la risa. Aun así, consiguió ponerse serio y dijo:

—«Y aunque nada brote en primavera ni se marchite en otoño, todo está bien.»

A ella se le formó un nudo en la garganta.

—Así que, flaca, pase lo que pase, embarcate en ese crucero con las nenas.

No sabían que las horas que les quedaban por vivir juntos estaban contadas. Quién lo sabe. De saberlo, ¿qué habría hecho?, ¿qué habría dicho? Se lo pregunta muchas veces y casi siempre tiene la misma respuesta. Quizás abrazarlo más, o compartir más recuerdos, o decirle algo distinto por si acaso era cierto que había una vida después, para que se lo llevase y le hiciese compañía mientras la esperaba. O nada. No habría podido hacer nada distinto a lo hecho, nada más que sonreírle, gastarle bromas, reírle las suyas, fingir que tenía ganas de hacer pis para que no la viera llorar, dormir a su lado, sin soltarle la mano, hacerle caso al oncólogo cuando le dijo:

—Giuliana, si fuera mi esposa la que estuviera en esa cama, yo no me separaría de ella ni un instante. No podemos centrarnos en la curación, pero sí en el acompañamiento, en disfrutar cada segundo.

—¿Pero tan cerca estamos ya?

—…

—Pero en otras ocasiones hemos salido adelante, no es la primera vez que me dice algo así…

—El cuerpo humano tiene una resistencia limitada, Giuliana, y William está haciendo esfuerzos extraordinarios para estar aquí.

—William es un hombre extraordinario.

—No me cabe duda, Giuliana.

Las niñas estuvieron con él esa tarde. Las acercó Lourdes, su vecina. Si cierra los ojos, puede ver a Ana pintando en un folio, apoyada en el sofá, un gato y tres gatitos y un plato de leche, el dibujo que desde entonces está junto a la urna con las cenizas de William. Y puede escuchar a Marie contándole que esa tarde le ha tocado ser la jefa de la mesa en el comedor y que, aunque sabe que está mal, ha aprovechado la coyuntura para castigar sin patio a Álvaro Ibáñez, porque se mete con ella desde infantil. La risa de William, la escucha también.

—¿De dónde sacaste la palabra?

—¿«Coyuntura»?

—Sí, nunca te oí pronunciarla.

—De la televisión, obviamente.

—Obviamente, obviamente…

Por la noche, hablaron de las nenas, sin soltarse de la mano, sin dejar de sonreír. Fuera llovía, a mares, una de esas tormentas de verano, y de vez en cuando una ráfaga de viento lanzaba las gotas de lluvia contra el cristal.

Ella encendió una lámpara y puso encima su pashmina roja, que daba una luz anaranjada. Sacó del armario un tupper con la cena, un sándwich de atún y huevo duro y una ensalada de pasta que le habían llevado las niñas y que le había preparado Lourdes. De poder elegir, también querría haberse marchado así, con esa luz tenue, con la música que sonaba, bajito, en el Spotify del móvil, Spiegel im Spiegel, de Arvo Pärt, una y otra vez. Le miró y le devolvió la mirada con una sonrisa. Volvió a mirarle y estaba dormido. Así se fue. Dormido. Nunca más ha vuelto a escuchar a Arvo Pärt, ni a pensar cuando llueve que le gusta la lluvia, ni a comer ensalada de pasta ni sándwiches de atún y huevo duro.

Cuando lo recuerda es cuando se da cuenta de que el tiempo no se ha detenido, cuando vuelve el verano y no tienen adónde ir porque ella tampoco ha sido capaz de volver a hacer planes a largo plazo. Como mucho, planea qué hacer de un día para el otro. Mañana al cine, al circo, a la feria, al Oceanogràfic.

Al acuario van varias veces, porque les gusta y porque les sale barato. Hace dos años que Ana cumplió los tres, y ella y Marie muestran en la entrada sus carnés de donantes de sangre y del Círculo de Lectores y, además de ahorrarse algo de dinero, se mueren de la risa con la complicidad de su pequeño delito.

También van, a menudo, para visitar a las belugas. Las belugas son argentinas, como ellas, y están desubicadas, como ellas también, aunque eso es algo que sólo Giuliana lo piensa. Hay una que también sabe lo que es la pérdida, porque perdió a su cría al poco de parirla. Van a hacerles compañía y las miran con respeto mientras la gente se fotografía delante de la tanqueta. Se ríen y hacen bromas porque dicen que hay una que está triste, que se pasa el rato dando la espalda al público y mirando una falsa ventana de su piscina.

Oyen cosas como:

—Dicen que está deprimida. Pues si tuviera que aguantar a mi jefe, sabría lo que es una depresión.

O:

—Pero si no tiene que pagar hipoteca ni nada, si vive como Dios.

O:

—¿Pero la gente de verdad piensa que estos animales tienen sentimientos?

Y Giuliana tiene ganas de abofetear a quienes dicen eso o, al menos, de increparlos. Pero se calla, y, como mucho los golpea con la mochila o con la funda de la cámara de fotos.

—Huy, perdón, fue sin querer.

Se hacen fotos, ellas también, y cuelga una en Facebook. Pero no con la beluga baja de moral. Pone una en la que están con las focas y hace bromas con sus pesos. «Las focas animales con las focas humanas», escribe, y automáticamente quince personas le dan al «Me gusta» y veinte comentan lo guapas, lo graciosas, lo simpáticas que están, pero una persona, una de las mamás argentinas por el exterior, le dice:

—¿No te parece que la nena mayor está mucho más delgada?

Así que la pesa, y sí, ha adelgazado cinco kilos desde que empezó el curso. Se alarma. Se alarma, sobre todo, porque no se ha dado cuenta tampoco de eso, igual que no se ha dado cuenta del tiempo que pasa, igual que no se dio cuenta de que William se fue aquella noche, igual que no se dio cuenta de lo que se escondía tras su delgadez, en aquella otra vida en la que la felicidad sí era posible.

—¿Tú te sientes bien, Marie?

—Sí, no me duele nada.

—¿No te duele la barriga?, ¿no tienes ganas de vomitar?

—No.

—¿Comes bien?, ¿no tiras la comida ni la vomitas?

—Que no, mami.

—¿Entonces?

—¿Entonces, qué?

—¿Cómo es posible que hayas adelgazado tanto?

—¡Qué sé yo! Habré dado un estirón.

—No, eso no, porque la ropa te queda bien. Más alta no estás.

—Pues a lo mejor es que mi destino no es ser gorda, alégrate por eso.

—No puedo alegrarme.

—Eso es cierto.

—¿Qué cosa?

—Que no puedes alegrarte.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que he dicho: que no puedes alegrarte. Que siempre estás enojada.

—No estoy enojada. Estoy triste.

—Es lo mismo. Da igual si estás enfadada o apenada, lo importante es que no estás alegre.

Interviene Ana:

—Eso es verdad, mami. Siempre estás triste.

Se enfada.

—Es que… no puedo ni contar con vuestra comprensión.

Marie mira al cielo. Ana responde:

—¿Crees que eres la única que echa de menos a papá?

—¿Cuándo te has hecho adulta, vos? ¿No era hace un rato que corrías con un pez de peluche en la mano para que te persiguiera un pingüino?

Se ríen, un poco.

—¿Y qué podemos hacer, chicas?

Las niñas se lanzan a dar ideas, algunas tan descabelladas como adoptar un animal o un niño, lo que más sencillo resulte, y otras tan acertadas como la que propone Marie:

—Podrías procurar mostrarte tan alegre con nosotras como cuando estás metida en Facebook.

—…

—No te enfades, pero a veces abro tu ordenador y leo lo que escribes. Me gusta mucho leerte.

—¿Por qué?

Se encoge de hombros.

—Porque ahí haces bromas, te ríes, pones emoticonos con caras graciosas, pareces contenta…

Giuliana la escucha en silencio.

—Me gusta leerte —repite—. Pero también me pone triste, porque me da la sensación de que eres otra, que eres una persona cuando estás ahí y otra… tan diferente cuando estás en la vida real.

Lo que le dice su hija mayor le llega como una bofetada, zas, no, como una bofetada no, como un golpe en la boca del estómago que hace que pierda el equilibrio y se estrelle contra el suelo.

Busca algo que decir.

No lo encuentra.

Se queda callada.