Duda mucho antes de hacerlo. No quiere resultar pesada, y teme que acabe siéndolo si insiste una vez más.

Lo saca y lo guarda, al menos un par de veces. Por fin se queda un rato con él en la mano, como sin saber qué hacer, y al cabo de poco, se dice a sí misma:

—Bah, qué más da.

Y hace el gesto con la mano, para reforzarse.

Bah.

Así que desbloquea el móvil, busca el número en la cartera, lo teclea, espera, suena un tono, dos, tres, cuatro. Se dice:

—Colgá, no seás boluda.

Pero no cuelga y una voz de mujer le dice lo que ya sabe, que el teléfono no contesta, como si fuera gilipollas, como si no se hubiera dado cuenta, y le pide que deje el mensaje al escuchar la señal.

El pitido la sorprende hablando con la mujer del contestador.

—¿Acaso pensás que no me di cuenta, reverenda pelotuda?

Se ríe.

Se justifica:

—Ay, perdoná, me peleaba con la mujer del contestador, pensarás que perdí el juicio…

Se aclara la voz.

—Estoooo… Ya te he dejado algún mensaje… Pero llamame cuando podás, ¿oíste? Cuando te venga bien, me devolvés el llamado.

Guarda silencio.

Espera tener aún tiempo.

—Un bes…

El tiempo se le ha acabado antes de lo esperado.

Cierra los ojos, e intenta no llorar.