Giuliana saca el monedero del bolso y, de uno de sus compartimentos, un papel. Hace como que lee el número que está anotado, aunque se lo sabe de memoria, y lo marca en el teléfono porque no está en la agenda del smartphone. Espera unos instantes mientras escucha el tono de la llamada. Por fin, al otro lado, salta el contestador.

—Soy yo. Ya sé que es absurdo que te llame después de tanto tiempo. Pero…

Guarda silencio un instante.

—No sé si sabés que estoy pasando un muy mal momento…

Cuelga.

Mira el móvil, con pena, como si no fuera un objeto inanimado.

Lo mete en el bolso.

Cierra los ojos.

Sale de la habitación.