Mira la fotografía. Está sonriendo. Se ha hecho unos anteojos con el pulgar y el índice y saca la lengua. No se ve, pero le dedica el gesto a Ana, su hija menor, que acaba de quitarle el móvil a su madre y le ha dicho:

—Venga, Tati, que voy a hacerte una foto.

—Dejame que la vea. —La niña se la muestra—. Está relinda. La voy a poner en mi perfil de Facebook y así siempre que la vea me voy a acordar de vos y de este día.

Traga saliva y lee el texto que acaba de escribir.

William Kesselman

30 de julio de 2011

En la madrugada del 29 de julio de 2011, a las 3.10 a. m. hora espaniola, me despedí de este mundo, ya que no quise sufrir más, llevándome en mi alma y mi corazón todo el amor de mi mujer y de mis hijas, junto con todo el carinio de todos ustedes, que me apoyaron para luchar desde el momento en que caí enfermo.

No hubo tiempo para muchas cosas, entre ellas, ver crecer a mis hijas, compartir mi vejez con Giuli y muchas muchas más, pero hubo momentos hermosos que compartí con ellas, y eso nunca lo olvidaré.

Gracias por todo de nuevo, gracias de verdad, ahora sí que pude alcanzar la paz y el descanso que necesitaba, disfruten de cada día y celebren la alegría de vivir, no estén tristes, que esto es un hasta luego, ya nos encontraremos en algún lugar y compartiremos más momentos hermosos.

Los quiero mucho.

Giuliana mira el ordenador. Hace calor, pero lo que siente es frío, dentro y fuera. De ella.

Lee lo que ha escrito y quiere repasar, encontrar la forma de poner la eñe, porque la computadora la compraron en Estados Unidos y allí no hay eñe que valga. Se han reído mucho con eso estos años. Jugaban a escribir palabras como:

Coño (conio)

Puño (punio)

Ñoño (nionio)

España (Espania)

Y así hasta que Ana lloraba o Marie les llamaba o el jueguecito dejaba de hacerles gracia, lo que primero ocurriera. Ahora lee: «hora espaniola», «carinio».

Recuerda la última vez que rieron con esa absurdidad infantil, y aunque le parece que hace años de todo, en realidad fue hace menos de una semana, en el hospital: William estaba en la cama desde el domingo, medio sedado por la morfina. Llegó en una ambulancia, roto de dolor. Ella no pudo montar en el vehículo. El camillero le dijo que el seguro no tenía cobertura para los acompañantes y tuvo que viajar en taxi, rota de miedo. Fue de madrugada, y tardó en llegar, el taxi. Aprovechó la espera para avisar a los vecinos, por las niñas, pero se olvidó de cambiarse las zapatillas y llegó a urgencias en chanclas. Le costó una eternidad encontrar a su marido y sintió por primera vez ese terror que la mantiene paralizada desde ese día. Y si ya no le veo más. Y si ya no le veo más. Y si ya nunca más le veo.

En la habitación, de vez en cuando él abría los ojos y miraba al mundo como sin verlo, pero de repente fue como si saliese de un lugar profundo, seguramente oscuro, y agotado por el esfuerzo, le pidió agua. Se la dio. Le puso la mano en la frente y le preguntó cómo estaba.

—¿Cómo estás, mi am…?

Notó que la voz se le quebraba y se llevó a los labios el mismo vaso en el que William acababa de beber, para disimular que se desgarraba por dentro, comenzando por las cuerdas vocales.

Él hizo un gesto imperceptible con la mano derecha, en cuyo dorso una aguja sostenida con esparadrapos le mantenía a este lado de la vida sin demasiado dolor.

El gesto de la mano venía a decir: «Así, así».

La miró a los ojos.

Pensó:

«Ay, Giuli, no tengás miedo.»

Ella pensó que pensaba:

«Dame más agua, por favor.»

Le ofreció el vaso y él bebió un poco más antes de hablar de nuevo.

—Dame tu móvil, ¿querés? ¿Hay aquí cobertura para conectarnos a internet?

Se lo tendió y, con dificultad, tecleó durante un buen rato, al cabo del cual le devolvió el Samsung.

—Me gustaría que escribieras por mí en Facebook.

Ella observó su perfil en la red social.

—¡Pero si no escribís desde mayo! ¿Por qué ahora querés enredarte con esto?

La miró con una tristeza infinita y pensó:

«Para despedirme.»

Ella pensó que él pensaba:

«Para despedirme.»

Se sentó a su lado y dijo:

—Dale, decime lo que querés poner.

Escribió, como él, con dificultad.

El teclado era pequeño y sus dedos parecían morcillas. Se rieron.

La gramática predictiva quería cambiarle las palabras cada dos por tres. Se rieron.

Por costumbre puso «acompaniado» y «carinios», aunque el teléfono sí tenía la eñe. Se rieron. Un poco. Al leer lo escrito, se les quitaron las ganas de seguir riendo.

William Kesselman

25 de julio de 2011

Hola a todos, es la mano de Giuli la que escribe, pero son mi corazón y mi alma los que les quieren contar que desde el domingo me han ingresado en el hospital y estoy jodido, están tratando de hacer todo lo posible para poder salir adelante pero hay pocas probabilidades de ganar esta batalla, de todas maneras seguiré luchando hasta el final (aunque a veces me canso de tanto pelear), seguiré por mis hijas y por mi mujer en particular y por toda la gente que, como ustedes, me ha acompaniado siempre en este duro camino, hoy me he sentido un poco más animado, he bebido mucha agua, me he incorporado solito en la cama varias veces y he reconocido a todos los que han venido a verme, incluyendo los médicos y la psicóloga.

Bueno, es todo por hoy, solamente decirles GRACIAS a todos porque sé que van a pedir y rezar por mí, y un gracias muy especial a las mamás y los papás del cole que se están encargando de mis hijas, como siempre lo han hecho hasta ahora (incluyo a mis vecinos Lourdes y Vicente), gracias también a todos los que han venido a vernos a Giuli y a mí por dedicarnos parte de su tiempo.

Les diría que voy a salir adelante, aunque me sienta como si me estuvieran perforando por dentro, aunque me esté cagando de dolor, porque un ser superior no va a permitir que deje a mis chicas solas, pero, como saben los que me conocen, aunque soy judío, no practico. Ahora me arrepiento y comprendo a los que abrazaron la fe en las vísperas de la muerte. No, no se apuren, yo no creo que me vaya a ir ahora, no voy a abandonarlas por un puto cáncer, pero, si creyera en un dios —tanto si le llamara Dios como Alá o aunque no quisiera pronunciar su nombre por respeto, ya ven que me lo sé—, si creyera, les digo, pensaría que un ser superior me va a ayudar a salir de ésta y que todo obedece a un plan que ahora mismo, con este dolor, no puedo comprender, y Giuli, con el dolor de ella, tampoco alcanza a entender. ¿Verdad que no, amor? Me dice que no con la cabeza, mi pobre Giuliana. Con esto los dejo.

Besos y carinios a todos, hasta prontito.

Y al día siguiente escribió:

William Kesselman

26 de julio de 2011

Hola a todos, también hoy es Giuli la que escribe, pero Will el que habla. Me siento mejor, todo el día estuve bastante parlanchín, y le pregunté a Giuli por qué estaba en el hospital, qué me había pasado (encima pensé que estaba en otro hospital porque no conozco a las enfermeras de la planta de onco, ya que las veces anteriores siempre estuve en la planta de cirugía), tuve muchas visitas como los días anteriores (eso es bueno), el tema es que ayer me cagaron de hambre, me iban a dar de comer un caldo y un zumo ¡¡¡y se olvidaron!!! Encima a Giuli le trajeron un cocido con un olorcito espectacular ¡¡¡y la guacha no convidó!!! Así que a la noche me comí unos tomatitos cherry, ¡¡¡estaban buenísimos!!! (no se lo digan al médico, porfi). A ver si hoy tengo más suerte y me dan algo sabroso para llevarme a la boca.

Ayer a las 2.00 de la maniana me levanté solo de la cama porque no aguantaba más la cintura (me mareé un poco, pero me senté en una silla), y después me dieron algo para el dolor y pude dormir mejor (ahora estoy bastante dopadito). Besos a todos y gracias de nuevo por los mensajes, rezos, pedidos, buenos deseos, llamadas y demás, aquí seguimos, pero ¡¡¡ME QUIERO IR A CASA!!!

Hasta prontito.

También ese día estuvo pensando si poner las eñes y arreglar palabras. Tampoco lo hizo, seguramente porque algo se lo impediría, algo real, algo tangible. Su marido, que le pediría algo; la enfermera, que entraría a cambiar el gotero; el enfermo de la cama de al lado, que se quejaría; ella, que iría al baño a mojarse la cara para permanecer algo más entera. Y ahí quedan las palabras para que las lean los ciento cuatro amigos que Will tuvo en el mundo virtual, y para que sepan que ha muerto. Su marido, que días más tarde escribió:

William Kesselman

2 de agosto de 2011

Hola a todos, ¡¡¡ay, pobre mi Pitu, qué perdida está hoy!!!

Entre tanto trámite y papeleo, joder, ¡no me puedo morir tranquilo! Que la mutua, la Seguridad Social, los consulados, y los p… bancos… Encima hoy fue a poner en marcha el coche y no le arrancó… Pero como la conozco sé que va a salir adelante, además nunca la he dejado sola, y menos ahora en estos momentos. Y encima con las vacaciones, y no le ponen fáciles las cosas a mi pobre Giuli… Me comentó que está haciendo un calor de cagarse, la tal ola sahariana que se viene, yo acá estoy bien, aunque las extranio también a mis chicas…

¡¡¡Cuántas lágrimas!!! Estuve en la misa que hicieron en la parroquia, ha sido muy emotivo ver a todos los que allí estaban y a los que pasaron por la sala del tanatorio, gracias de nuevo por el apoyo que le están dando a Giuli y las chicas. Para compensar, en el crematorio Giuli optó por una ceremonia laica, así que leyeron un poema de Neruda, hicieron un minuto de silencio y finalmente se escuchó Yesterday (le dijeron a Giuli que eligiera una canción que me gustara, como no estaba Dire Straits, escogió los Beatles).

Ayer por la tarde Giuli y las nenas recogieron mis cenizas, así que ya me encuentro de nuevo en casa (¡¡¡ojo, porque ahora estoy en todos lados!!!). Las chicas están armando un lugar especial en casa, que Marie ha denominado «el rincón de papi», con mis restos, fotos, dibujitos (de nuestra artista Ana), alguna velita, flores y demás cosas que me gustaban (¡¡ya me pusieron una botellita de Jack Daniel’s!!).

Besos a todos, hasta pronto.

Que su marido, sí, ese que le dice que escriba todo eso aún después de haber muerto, quién sabe con qué propósito; ese cuyo olor todavía permanece en la última camiseta que llevó puesta y que ahora está en su lado de la cama como si todavía pudiese volver a ponérsela; ese que cinco años atrás le dijo:

—¿Y si nos vamos a España y empezamos una vida nueva?

—¿A España?

—A España.

—¡Pero si en dos meses va a nacer Ana!

—Por eso… No quiero que viva en un país donde hay pena de muerte.

Ella rió.

—¡Pero qué motivo es ése para desarmar la casa!

—Pues un motivo como otro cualquiera…

—¡Vos estás loco!

—Mirá, me ha llegado una oferta de trabajo que sería estúpido rechazar… ¿Por qué no? ¿Por qué no movernos, empezar de cero, construir algo nuevo, inventarnos? Somos nómadas, carajo… Acordate… Queríamos recorrer el mundo, no ser como nuestros padres, cambiar las cosas, no ser unos burgueses de mierda acomodados…

—¿Con un bebé en camino y una nena de cinco años?

—Allí vamos a estar más cerca de tu familia italiana. ¿Qué? ¿No tenés ganas?

—¿Con un bebé en camino y una nena de cinco años?

—…

—…

—Y conmigo, que no te voy a dejar sola nunca.

Debatieron el tema los cinco días que los futuros jefes de William le dieron para tomar la decisión. Al sexto ella empezó a hacer las maletas. Al séptimo contactó con una agencia inmobiliaria que les mostró por correo electrónico las tres únicas opciones de alquiler que encontraron en Miraval, un pueblo pequeño muy cerca de Valencia: un adosado sin jardín pero cerca de un parque en las afueras del pueblo, un adosado sin jardín frente a un supermercado y un ático dúplex en cuya planta de arriba no podrían ponerse de pie nada más que las niñas, porque a los adultos les chocarían las cabezas contra el techo. Al octavo localizó una compañía que desembarcó en la casa y la metió, entera, en dos contenedores que cruzaron el océano en barco mientras ella daba a luz a su hija pequeña, que se llamaría Ana en honor a su abuela paterna. Ana viajó en avión a los nueve días de vida y la noche de su undécimo día la pasó en la casa sin jardín frente a Mercadona.

—¿No te vas a arrepentir y me vas a dejar sola con las nenas en un país extraño?

—¿Por quién me tomás, boluda?

—No me seas gallego, que sos argentino. ¿No me vas a dejar sola?

La besó.

—No te voy a dejar sola mientras me quede un aliento de vida, flaca.

William, nacido en Caseros el 13 de agosto de 1964, que tuvo escarlatina a los cinco años, sarampión a los siete y apendicitis a los doce; que se enamoró de una compañera de la escuela infantil y no la olvidó hasta que conoció a la mujer con la que se casaría y tendría dos hijas; que a fuerza de deslomarse a trabajar de noche y estudiar de día se hizo ingeniero; que fue un amigo fiel, un compañero leal, un trabajador incansable; que era un padre amoroso y un amante extraordinario; que no pudo domar un carácter a veces podrido, pero que supo compensarlo con un corazón que no le cabía en el pecho; ese hombre, que seguía mirando el mundo con esa mirada de niño que se sorprendía por todo, no había podido cumplir su promesa y se había marchado sin ellas.

Cierra de golpe el portátil y piensa, ella misma, en lo fácil que sería dejarse morir.