MIKIL DESPERTÓ sobresaltada y miró el negro espacio. Solo era la segunda vez que Kara había cruzado, pero debido a sus tratos pasados con los sueños de Thomas, al instante supo lo que estaba sucediendo. Ella era Mikil. Para todo propósito práctico, también era Kara. De cualquier forma, Johan y Jamous se hallaban durmiendo al lado de ella.
—¡Despierten! —exclamó Mikil poniéndose en pie de un salto. Ellos se sobresaltaron. Se agarraron las caderas, giraron, se levantaron y se pusieron en cuchillas, Johan agarrando un cuchillo y Jamous sosteniendo una piedra. Trece meses de no violencia no les había atenuado sus instintos de defensa.
—¿Qué pasa? —exigió saber Johan, pestañeando.
—Estoy soñando —informó Mikil—. Levanten el campamento. Debemos irnos.
—¿Encostrados? —susurró Jamous, recorriendo con la vista la selva alrededor.
—No estás soñando —corrigió Johan—. Estás despierta. Vuelve a dormir y sueña un poco más. ¡Me vas a provocar un ataque cardíaco!
—No, ¡Kara está soñando! —exclamó ella, recogió sus cosas y las enrolló rápidamente.
Ellos habían conseguido un nuevo campamento para la tribu y, después de más discusión de la que ella habría juzgado razonable dada la urgencia del apuro de Thomas, habían acordado como consejo enviar a tres de sus más calificados guerreros en una misión de vigilancia que se podría convertir en un intento de rescate si la situación lo requería.
Habían pasado cinco noches desde que las hordas capturaran a sus compañeros. ¡Cinco noches! Y con cada noche que pasaba aumentaba en ella la seguridad de que Thomas estaba muerto. Momentos como estos la tentaban a pensar en adoptar la doctrina de William de agarrar la espada o de huir a lo profundo del desierto.
Hasta Justin había una vez empuñado la espada y peleado con las hordas. Entonces también había sido Elyon, ¿cierto? Así que Elyon había usado una vez la espada.
¿Por qué no ahora otra vez, para rescatar al hombre que dirigiría el Círculo de Elyon?
Mikil colocó su cama enrollada sobre el caballo, la abrochó en su lugar y giró hacia los dos hombres que la miraban en silencio mudo.
—Bueno. ¡Debemos irnos ahora! ¿Me están oyendo? Thomas está vivo y le acaba de decir a Kara cómo llegar hasta él. Lo tienen en el sótano de la biblioteca a cinco kilómetros al este de la ciudad de las hordas. Los demás… está previsto que sean ejecutados mañana.
—¿Te dijo todo esto Thomas? —inquirió Jamous.
—¡No tenemos tiempo! —declaró Mikil montándose en su corcel—. Lo explicaré por el camino.
Ella espoleó la montura y se dirigió al norte por un extenso campo, haciendo caso omiso del ruego de Jamous de que se detuviera.
Muy pronto la alcanzarían. El sol se levantaría en menos de tres horas y Mikil no tenía deseos de acercarse a la ciudad a plena luz del día.
Johan la alcanzó primero, retumbando por detrás en su enorme garañón alazán.
—¡Sé razonable, Mikil! ¡Disminuye la velocidad! Al menos lo suficiente para que nos pongamos al tanto.
Llegaron al borde de la selva y Johan aflojó hasta trotar al lado de ella.
—¿Te pidió que irrumpamos en esta biblioteca donde lo tienen? —preguntó él.
Mikil se agachó para evitar una rama baja. Aquí los árboles eran escasos, pero al este de la selva les haría más lenta la marcha. Ella instó al caballo a seguir adelante.
—Me dio algunas ideas y me dijo que tú sabrías qué hacer con ellas. Tú viviste con las hordas bastante tiempo para entenderlas mejor que la mayoría.
Johan no respondió.
—Me dijo también otras cosas respecto de ti, Johan —le informo mirándolo a la tenue luz—. Necesitamos que tú también sueñes. Es evidente que estás conectado con un hombre llamado Carlos que necesita ver la luz.
—Por ahora es suficiente hablar de liberar a Thomas basándonos en un sueño —opinó Johan—. ¿Cuánto tenemos de la fruta curativa?
—Dos para cada uno —contestó Jamous—. ¿Estás esperando una pelea?
—¿Crees que Thomas nos perdonaría si sanamos a unos cuantos después de derribarlos?
—¿Herir encostrados y luego sanarlos? No sé —preguntó Mikil mirando a Johan.
Mientras no se los mate…
—¿Por qué no? ¿Es esa tu recomendación?
—¿Cómo puedo recomendar algo sin saber lo que Thomas te dijo en este sueño vuestro?
—Me dijo exactamente dónde lo mantenían. Me notificó la configuración del terreno y me avisó que había una mujer con acceso ilimitado a él. Sugirió que me hiciera pasar por esa mujer.
—¿Y qué mujer es esta?
—Chelise, la hija de Qurong.
Los dos la miraron como si se hubiera vuelto loca.
—∞∞∞—
—¿CUÁNTO TIEMPO tenemos? —exigió saber Mikil.
—Date la vuelta; déjame ver la luz de la luna —pidió Johan.
—¿Cuánto? —repitió ella.
—Menos de una hora —contestó Jamous.
—¡Entonces tendremos que hacerlo! —exclamó Mikil mirando el muro del complejo, como a cincuenta metros a la derecha.
—No funcionará —objetó Jamous escupiendo a un lado.
—Danos entonces una idea mejor —sugirió Mikil—. ¿Cómo estoy?
No desacostumbraban ponerse túnicas tradicionales de encostrados… a denudo usaban las capas cuando se aventuraban en lo profundo del bosque. Pero Mikil nunca se había aplicado esta arcilla blanca en el rostro y las manos. Thomas le había sugerido que para la noche se convirtiera en una princesa encostrada y Johan había insistido en una gruesa capa del sustituto más cercano para el morst que pudo encontrar. Arcilla blanca.
—Como la mismísima princesa —comentó Johan.
—Excepto por los ojos y la voz.
—Todo disfraz tiene sus limitaciones. Haced exactamente lo que dije.
Jamous tenía razón; el plan era absurdo. Lo único peor sería intentarlo a la luz del día.
—Recordad —mencionó Mikil—, la biblioteca está en el centro del jardín. Él habló de cuatro guardias, dos en el exterior y dos en el sótano.
—Lo recordamos —le aseguró Johan—. Danos cinco minutos antes de que los saques. Y debes levantar ligeramente el tono de tu voz. Chelise es tan… directa como tú. No trates de parecer demasiado débil. Camina erguida y…
—Mantener la cabeza en alto, lo sé. Creéis que no sé cómo camina una princesa estirada.
—Yo no diría que ella es estirada. Audaz. Refinada.
—Por favor. No es posible reconciliar las palabras «encostrada» y «refinada».
—Tú mantente alerta —insinuó Jamous—. Quizás no sean refinados, pero pueden empuñar muy bien sus espadas.
Thomas había dicho que si Mikil moría, Kara también moriría en el laboratorio del Dr. Bancroft. Extraño. Pero Mikil estaba acostumbrada al peligro.
—Vamos.
Jamous vaciló, luego sujetó los brazos de Mikil para formar el acostumbrado círculo.
—La fortaleza de Elyon.
—La fortaleza de Elyon.
Los hombres desaparecieron en medio de la noche. Mikil corrió hacia la elevada cerca de postes y trepó al árbol que habían elegido. Thomas lo había llamado el jardín real. Había media luna… ella lograba ver el contorno de los arbustos colocados con cuidado alrededor de los árboles frutales. El enorme edificio en espiral, a cien metros dentro del complejo era más despejado. La biblioteca.
En este lado del jardín no había señal de ningún guardia. Mikil agarró los afilados conos en dos postes adyacentes, lanzó ambas piernas sobre la cerca, y cayó a tierra tres metros abajo. La túnica era negra… si caminaba con el blanco rostro agachado sería bastante invisible. Atravesó corriendo el jardín, sorprendida por el cuidado que las hordas habían puesto en recortar los bordes y los setos. Por todos lados había flores. Hasta los árboles frutales habían sido podados adecuadamente.
Se ocultó detrás de un gigantesco árbol de nanka a treinta metros de la puerta principal de la biblioteca, donde dos guardias se hallaban recostados contra la pared. Era extraño que desde el ahogamiento no sintiera ira hacia ellos. No podía decir que sintiera alguna compasión por los encostrados, como sentían algunos, pero consideraba bastante misericordiosa su falta de furia. El hecho de que ella hubiera sido cómplice en condenar a Justin solo la hacía enojarse con el engaño que los cegaba tan agudamente.
Mikil no se sorprendió al comprender que su enojo estaba dirigido a la enfermedad, no a las hordas. No tenía compasión por la enfermedad. La diferencia entre ella y algunos de los demás, William por ejemplo, era que al ver a dos guardias enfermos ella vio principalmente la enfermedad; William habría visto solo a los guardias.
La teniente alejó con un parpadeo sus pensamientos. Era hora de practicar un poco de su engaño. Debía suponer que Johan y Jamous se hallaban en sus puestos.
Bajó la cabeza y se dirigió directamente hacia el amplio sendero que llevaba a la biblioteca. Veinticinco metros. Apareció gravilla bajo sus pies… seguramente ya la habrían visto. Respiró profundo, se irguió todo lo que pudo con gracilidad, levantó la barbilla como podría hacerlo una princesa y caminó a grandes zancadas hacia los dos guardias.
De repente el guardia de la izquierda se irguió y tosió. El otro lo oyó, vio a Mikil, y rápidamente se enderezó. No supieron qué hacer. No muchos visitantes a esta hora de la noche, ¿no es así, sacos de escamas?
Ella se detuvo cerca del fondo de las escaleras.
—Abran la puerta —ordenó calmadamente.
—¿Quién es usted? —preguntó el guardia de la derecha.
—No sean idiotas. ¿No pueden reconocer en la noche a la hija de Qurong?
Él titubeó y miró a su compañero.
—¿Por qué está usted usando…?
—¡Acercaos! —ordenó ella señalando el suelo—. Bajad aquí, ¡los dos! ¿Cómo os atrevéis a cuestionar mi elección de ropa? ¡Quiero que veáis mi rostro de cerca para que nunca más duden de quién les está dando órdenes! ¡Moveos!
Ella no estaba segura de que se la oyera como una princesa, pero los guardias descendieron cautelosamente las escaleras.
—Pretendo dejar pasar esta indiscreción, pero si os movéis tan lentos podría cambiar de parecer.
Ellos corrieron hacia delante.
Dos sombras volaron de cada esquina del edificio, y Mikil levantó la voz para cubrir cualquier sonido que pudieran hacer.
—Ahora la realidad es que no soy la hija de Qurong, pero sé que estoy aquí en nombre de ella. Ella me dijo dónde encontrar al albino para poder rescatarlo. Está enamorada de nuestro querido Thomas, ¿sabéis?
Los guardias se detuvieron en el último peldaño exactamente cuándo Johan y Jamous saltaban los peldaños por detrás y los aporrearon a cada uno en la base de las nucas. Gimieron y cayeron a dúo.
A rastras alejaron a los guardias de las escaleras y los colocaron sobre el césped.
—¿Algún daño? —inquirió Mikil.
—Sobrevivirán.
Thomas objetaría, pero finalmente vería el motivo. Y aunque estos podrían hacer peligrar el rescate, de todos modos vivirían. En sí esta era una modalidad de no violencia. Era absurda la parte acerca del amor de la princesa por Thomas… algo que más adelante provocaría risa en los guardias. Si Mikil tenía suerte, eso incluso podría meter en aprietos a la princesa.
—Vamos.
Johan y Jamous entraron en silencio a la biblioteca con Mikil detrás. La puerta hacia el hueco de la escalera se hallaba exactamente donde Thomas le había dicho que estaría.
—Por aquí. Los llamaré.
Ella esperó que Jamous y Johan se ocultaran en las sombras a cada lado de la puerta, luego la abrió un poco. Desde abajo brilló luz de antorchas.
Ella asintió a Jamous, abrió del todo la puerta y bajó un escalón.
—¿Hay alguien despierto aquí? ¡Necesito inmediatamente la ayuda de dos guardias!
La voz de ella resonó a sus espaldas. Creyó haber oído un sonido, pero no estaba segura.
—¿Están ustedes dormidos? ¡No tengo toda la noche! Se hallaron los libros, ¡y Woref exige de inmediato la ayuda de ustedes!
Ahora el sonido de pisadas golpeaba las piedras planas abajo. Ella dio la vuelta exactamente cuándo se divisaba a dos guardias, ambos empuñando antorchas.
—¡Rápido, rápido! —exclamó ella entrando al vestíbulo mientras las botas de ellos subían los escalones pisando fuerte.
Jamous y Johan agarraron a estos dos guardias incluso con menos incidentes que a los de afuera. Había sido demasiado fácil. Otra vez, la inteligencia adecuada era a menudo la clave para la victoria en cualquier batalla.
Mikil buscó las llaves en el cinturón de uno de los guardias, las encontró, le arrebató una antorcha de las manos a Jamous y descendió las escaleras tan rápido como le permitía su larga túnica. Un corredor de piedra tallada llevaba a una puerta a la izquierda.
—¿Thomas?
—¡Aquí! ¿Mikil? La puerta, ¡rápido!
Ella insertó la llave y desatrancó la puerta. La abrió y la antorcha iluminó a Thomas, de pie con una larga túnica negra casi idéntica a la de ella. Él le vio el rostro y se quedó paralizado. La teniente había esperado que él saltara hacia ella y tomara el control inmediato. En vez de eso pareció extrañamente asombrado por su amiga.
—Tranquilo. Pese a mi apariencia fantasmal, no soy una aparición.
—¿Mikil?
—¿No es esto lo que esperabas? No me digas, ¿te deja anonadado mi belleza? —bromeó ella sonriendo.
—Gracias a Elyon —comentó él, sacudiéndose el temor; corrió hacia ella y le agarró los brazos—. ¿Y los otros?
—Tengo a Jamous y a Johan. Aún no hemos ido por los otros.
—¡Entonces debemos apurarnos! —exclamó, saltando hacia las escaleras.
—Tuvimos que usar un poco de fuerza, Thomas —le advirtió ella.
Él entró al vestíbulo y se paró en seco. Dos cuerpos yacían amontonados. Desde allí miró a Johan, luego a Mikil quien se paró a su lado.
—Solo un golpe, Thomas. Si quieres, podríamos darles un poco de fruta —expresó Mikil.
Thomas corrió hacia la puerta y miró hacia el cielo. Un leve brillo surgía en el horizonte oriental.
—No hay tiempo.