La etapa de la mudez atlética, la etapa de las metáforas, la etapa de la verdad obscena, la etapa del telegrama, la etapa mística, todo eso quedaba ya muy lejos. Las manecillas habían recorrido ya el cuadrante de su vida sexual. Se hallaba fuera del tiempo del cuadrante. Hallarse fuera del tiempo del cuadrante no significa ni el fin ni la muerte. En el cuadrante de la pintura europea también había sonado ya la medianoche y sin embargo los pintores seguían pintando. Estar fuera del tiempo del cuadrante sólo significa que ya no pasa nada nuevo ni importante. Rubens seguía teniendo relaciones con mujeres, pero estas ya no tenían para él importancia alguna. A la que veía con mayor frecuencia era a la joven G, que se caracterizaba porque le gustaba emplear palabras obscenas al hablar. Muchas mujeres las empleaban. Eso formaba parte del espíritu de la época. Decían mierda, me jode, follar, y ponían así de manifiesto que no estaban ligadas a la generación anterior, a la educación conservadora, que eran libres, emancipadas, modernas. Sin embargo, en cuanto la tocó, G puso los ojos en blanco y se convirtió en una silenciosa beata. Hacer el amor con ella era siempre cosa de mucho tiempo, casi interminable, porque alcanzaba el ansiado orgasmo con enorme esfuerzo. Yacía boca arriba, mantenía los ojos cerrados, y trabajaba con el sudor en la frente y el cuerpo. Poco más o menos así era como se imaginaba Rubens la agonía: una persona arde de fiebre y sólo ansia que llegue por fin el final, pero este se resiste a llegar. Durante los dos o tres primeros encuentros intentó acelerar el final susurrándole una palabra obscena, pero dado que cada vez que lo hizo ella apartó la cara como si protestara, en adelante permaneció en silencio. En cambio ella, al cabo de veinte o treinta minutos de hacer el amor, decía siempre (y su voz le sonaba a Rubens insatisfecha e impaciente): «¡Más fuerte, más fuerte, más, más!» y él entonces comprobaba siempre que ya no podía más, que hacía ya demasiado tiempo que estaba haciendo el amor para poder aumentar la fuerza de sus golpes; por eso se salía de ella y recurría a un medio que consideraba tanto una rendición como un virtuosismo técnico digno de ser patentado: introducía la mano dentro de ella y movía con fuerza los dedos hacia abajo y hacia arriba; saltaba un geiser, todo quedaba mojado y ella lo abrazaba y lo cubría de palabras tiernas.
El asincronismo de sus relojes íntimos era sorprendente: cuando él era capaz de ser tierno, ella decía palabras obscenas; cuando él deseaba decir palabras obscenas, ella mantenía un terco silencio; cuando él tenía ganas de callar y dormir, ella se volvía de pronto charlatana y tierna.
¡Era guapa y tanto más joven que él! Rubens suponía (con modestia) que era sólo por su habilidad manual por lo que G siempre acudía cuando la llamaba. Le estaba agradecido por permitirle, durante los largos ratos de silencio y sudor que pasaba encima de su cuerpo, soñar con los ojos cerrados.