Si Rubens ante la presencia de su joven esposa volvió a convertirse en un atleta lírico del amor, eso no significa que renunciara de una vez para siempre a la impudicia del erotismo, sino que quería que hasta la impudicia se pusiera al servicio del amor. Imaginaba que en el éxtasis monogámico experimentaría con una mujer más que con cien distintas. Sólo tenía que resolver un problema: ¿a qué ritmo debe avanzar la aventura de la sensualidad por el camino del amor? Como el camino del amor debía ser largo, lo más largo que pudiera, de ser posible sin fin, se fijó un lema: frenar el tiempo y no apresurarse.
Pongamos por caso que imaginaba su futuro sexual con la hermosa joven como la escalada a una alta montaña. Si hubiera llegado a la cima el primer día ¿qué hubiera hecho a continuación? Tenía que planificar el viaje de modo que llenase toda su vida. Por eso hacía el amor con su joven esposa apasionadamente, con fervor físico, pero de un modo que denominaría clásico y sin ninguna de las obscenidades que le atraían (y con ella más que con cualquier otra mujer) pero que posponía para años posteriores.
No obstante, de pronto sucedió lo que no esperaba: dejaron de entenderse, se irritaban el uno al otro, empezaron a luchar por el poder en el hogar, ella decía que necesitaba más espacio para hacer su vida, él se enfadaba porque no quería hacerle unos huevos pasados por agua y, mucho antes de lo que ellos podían suponer, sucedió que de pronto se divorciaron. El gran sentimiento en el que quería basar toda su vida desapareció con tal rapidez que dudó de que alguna vez lo hubiera sentido. ¡Esa desaparición del sentimiento (¡repentina, rápida, fácil!) fue para él algo vertiginoso e increíble! Lo fascinó mucho más que dos años antes su repentino enamoramiento.
Pero no sólo el balance sentimental de su matrimonio era nulo, sino también el erótico. Debido al ritmo lento que se había impuesto, sólo había experimentado con aquel ser hermoso escenas de amor ingenuas sin grandes excitaciones. No sólo no llegó con ella hasta la cima de la montaña, sino ni siquiera al primer mirador. Por eso intentó varias veces, tras el divorcio, salir con ella (no se negó: a partir del momento en que se interrumpió la lucha por el poder en el hogar, volvió a disfrutar haciendo el amor con él) y llevar a cabo rápidamente al menos algunas pequeñas perversiones que atesoraba para años posteriores. Pero no llevó a cabo casi nada porque esta vez había elegido un ritmo demasiado rápido y la hermosa joven divorciada interpretaba su impaciente sensualidad (la arrastró directamente a la etapa de la verdad obscena) como una manifestación de cinismo y de falta de amor, de modo que sus relaciones posmatrimoniales pronto terminaron.
Su breve matrimonio fue en su vida un simple paréntesis, lo cual me tienta a decir que regresó precisamente al sitio donde estaba cuando encontró a su novia; pero no es verdad. Esa inflamación del sentimiento amoroso y su increíble desinflamiento sin dramatismo ni dolor los vivió como una pasmosa experiencia cognoscitiva que venía a decirle que estaba irrevocablemente más allá de las fronteras del amor.