¿Acaso la vida de Rubens no es más que una historia de amor físico?
Es posible en efecto entenderla así, y el momento en que de pronto se manifestó como tal fue también un acontecimiento significativo en el cuadrante.
Cuando estudiaba el bachillerato ya pasaba horas enteras en los museos ante los cuadros; había pintado en su casa cientos de acuarelas y era famoso entre sus compañeros por las caricaturas que hacía de los profesores. Las dibujaba a lápiz para la revista ciclostilada de la escuela y, durante los recreos, con tiza en la pizarra para gran diversión de la clase. Aquella época le permitió conocer lo que es la fama: lo conocía y lo admiraba todo el instituto y todos le llamaban, en broma, Rubens. En recuerdo de aquellos hermosos años (los únicos años de fama) mantuvo el apodo toda su vida, insistiendo (con sorprendente ingenuidad) en que sus amigos le llamaran así.
La popularidad terminó con la reválida. Quería ingresar luego en la Escuela de Bellas Artes, pero no aprobó el examen. ¿Era peor que otros? ¿O tenía mala suerte? Lo curioso es que no sé cómo responder a esa sencilla pregunta.
Con indiferencia se puso a estudiar derecho, culpando de su fracaso a la pequeñez de su Suiza natal. Tenía esperanzas de llevar a cabo su misión como pintor en otra parte y probó fortuna dos veces: primero cuando se presentó al examen de ingreso en la Ecole de Beaux-Arts de París y no lo aprobó y luego cuando ofreció sus dibujos a varias revistas. ¿Por qué le rechazaron esos dibujos? ¿No eran buenos? ¿O los que los valoraban eran idiotas? ¿O el dibujo ya no le interesaba a nadie? Lo único que puedo decir es que no tengo respuesta para estas preguntas.
Fatigado por los fracasos, renunció a seguir intentándolo. Claro que de eso se desprendía (y él era plenamente consciente de ello) que su pasión por el dibujo y la pintura era más débil de lo que pensaba y que por lo tanto no estaba predestinado a la carrera de artista, tal como suponía cuando estudiaba el bachillerato. Al comienzo la conciencia de eso lo decepcionó, pero luego resonó obstinada en su alma la defensa de su propia rendición: ¿por qué tenía que tener pasión por la pintura? ¿qué tiene la pasión que sea tan digno de elogio? ¿No se ve empujada la mayoría de los artistas a un ajetreo innecesario sólo porque ve en la pasión por el arte algo sagrado, una especie de misión, cuando no una obligación (una obligación hacia sí mismo, cuando no hacia la humanidad)? Bajo el impacto de su propia rendición, empezó a ver en los artistas y los literatos a personas más bien poseídas por la ambición que dotadas de creatividad y procuraba evitar su compañía.
Su mayor competidor, un muchacho de su misma edad llamado N, que era de la misma ciudad y había estudiado en el mismo instituto que él, no sólo fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes, sino que tuvo poco tiempo después notables éxitos. Cuando estudiaban el bachillerato, todos le adjudicaban a Rubens mucho más talento que a N. ¿Quiere decir eso que todos se equivocaban? ¿O que el talento es algo que se puede perder por el camino? Como ya suponemos, no hay respuesta para estas preguntas. Además lo que importa es otra circunstancia: en la época en que sus fracasos lo llevaron a renunciar definitivamente a la pintura (en la misma época en que N celebraba sus primeros éxitos). Rubens salía con una chica jovencita muy hermosa, mientras que su competidor se casó con una señorita de familia rica tan fea que al mirarla Rubens se quedaba sin habla. Le parecía que con aquella suma de coincidencias el destino le decía dónde estaba el centro de gravedad de su vida: no en la vida pública, sino en la privada, no en la búsqueda del éxito profesional, sino en el éxito con las mujeres. Y de pronto lo que ayer mismo parecía una derrota, resultó ser una sorprendente victoria: sí, renuncia a la fama, a la lucha por ser reconocido (una lucha vana y triste), para entregarse a la vida misma. Ni siquiera se preguntaba por qué las mujeres son «la vida misma». Eso le parecía evidente y claro, más allá de toda duda. Estaba seguro de haber elegido un camino mejor que su competidor, provisto de una rica fea. En tales circunstancias su hermosa joven era para él no sólo una promesa de felicidad, sino ante todo un triunfo y un orgullo. Para confirmar su inesperada victoria y ponerle el sello de lo irrevocable, se casó con la hermosa joven, convencido de que todo el mundo le envidiaría.