Cuando el niño nace, empieza a chupar el pecho de su mamá. Cuando su mamá le quita el pecho, se chupa el pulgar.
Una vez Rubens le preguntó a una mujer: «¿Por qué deja que su hijo se chupe el dedo? ¡Ya tiene diez años!». Ella se enfadó: «¿Pretende que se lo prohíba? ¡Eso prolonga su relación con el pecho materno! ¿Quiere que le produzca un trauma?».
Así que el niño se chupó el dedo hasta que a los trece años llegó el momento de cambiarlo armónicamente por el cigarrillo.
Cuando más tarde Rubens le hizo el amor a la madre que defendía el derecho de su vástago a chuparse el dedo, le puso a ella en la boca durante el coito su propio pulgar y, moviendo lentamente la cabeza hacia la izquierda y hacia la derecha, ella le chupó el pulgar. Tenía los ojos cerrados y soñaba que le hacían el amor dos hombres.
Esta pequeña historia le facilitó a Rubens un dato importante, porque descubrió así el modo de poner a prueba a las mujeres: les metía el pulgar en la boca y analizaba su reacción. Las que lo chupaban se sentían sin duda atraídas por el amor colectivo. Las que permanecían impasibles al pulgar eran irremisiblemente sordas a las tentaciones perversas.
Una de las mujeres en las que descubrió tendencias orgiásticas mediante la «prueba del pulgar» le quería de verdad Después de hacer el amor cogió su pulgar y lo beso con torpeza, lo cual quería decir: ahora quiero que tu pulgar se convierta de nuevo en pulgar y, después de todo lo que he imaginado, estoy feliz de estar aquí contigo, los dos solos.
Las transformaciones del pulgar o de cómo se mueven las manecillas en el cuadrante de la vida.