¿Cómo vivir en un mundo con el que uno no está de acuerdo? ¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus alegrías? Si sabe que no es parte de ellos.
El amor o el convento, pensaba Agnes. El amor o el convento: dos modos en que el hombre puede rechazar la computadora divina, dos modos de escapar de ella.
El amor: Agnes se imaginaba hacía tiempo la siguiente prueba: les preguntan si después de la muerte querrían volver a despertar a la vida. Si de verdad aman, lo aceptarían sólo bajo la condición de que volvieran a encontrarse con su amado. La vida es para ustedes un valor condicionado, que se justifica únicamente porque les permite vivir su amor. Aquel a quien aman es para ustedes más que la Creación divina, más que la vida. Esa es naturalmente una burla blasfema a la computadora del Creador, que se considera a sí misma la cima de todo y el sentido del ser.
Pero la mayoría de la gente no ha conocido el amor y de aquellos que creen conocerlo sólo unos pocos pasarían con éxito la prueba que inventó Agnes; correrían tras la promesa de una nueva vida sin plantear condiciones de ningún tipo; preferirían la vida antes que el amor y volverían a caer voluntariamente en la telaraña del Creador.
Si al hombre no le ha sido dado vivir con su ser amado y supeditarlo todo al amor, queda aún otro modo de escapar al Creador: irse a un convento. Agnes recuerda una frase de La Cartuja de Parma de Stendhal: «Fabricio se marchó; se retiró a la Cartuja de Parma». En ningún sitio de la novela aparece antes una cartuja y sin embargo esta única frase en la última página es tan importante que por ella le puso Stendhal el título a su novela; porque el verdadero objetivo de todas las aventuras de Fabricio era la cartuja; un lugar retirado del mundo y de la gente.
Al convento se iban en otros tiempos las personas que no estaban de acuerdo con el mundo y no consideraban como propias las penas y las alegrías mundanas. Pero nuestro siglo se niega a reconocerle a la gente el derecho a no estar de acuerdo con el mundo y por eso los conventos a los que podía huir Fabricio ya no se encuentran. Ya no hay sitios retirados del mundo y de la gente. De un sitio como aquel sólo queda el recuerdo, el ideal del convento, el sueño del convento. La cartuja. Se retiró a la Cartuja de Parma. La visión del convento. En pos de esa visión hace ya siete años que Agnes viaja a Suiza. En pos de la cartuja de los caminos apartados del mundo.
Agnes se acordó de un momento particular que había vivido aquella misma tarde, cuando fue por última vez a vagar por el campo. Llegó a un arroyo y se tumbó en la hierba. Llevaba ya bastante tiempo allí y tenía la sensación de que la corriente penetraba dentro de ella y arrastraba consigo todos sus dolores y su suciedad: su yo. Un momento particular, inolvidable: olvidaba el yo, perdía el yo, estaba sin yo; y en eso consistía la felicidad.
Al acordarse de aquel momento se le ocurre a Agnes una idea, confusa, huidiza, y sin embargo tan importante (quizá la más importante de todas) que trata de apresarla para sí misma mediante palabras:
Lo que de la vida es insoportable, no es ser, sino ser su yo. El Creador y su computadora dejaron sueltos en el mundo a miles de millones de yos con sus vidas. Pero además de esa enorme cantidad de vidas es posible imaginar un ser más fundamental, que estaba ahí antes aún de que el Creador comenzara a crear, un ser sobre el que no tenía y no tiene influencia. Cuando estaba hoy tumbada en la hierba y penetraba dentro de ella el canto monótono del arroyo, que arrastraba consigo a su yo, la suciedad del yo, participaba de este ser fundamental que se manifestaba en la voz del tiempo que transcurría y en el azul del cielo; ahora sabe que no hay nada más bello.
La carretera hacia la cual se desvió desde la autopista es silenciosa y brillan sobre ella las lejanas, enormemente lejanas estrellas. Agnes se dice:
Vivir, en eso no hay felicidad alguna. Vivir: llevar por el mundo a su dolorido yo.
Pero ser, ser es felicidad. Ser: convertirse en fuente, en recipiente de piedra sobre el que cae el universo como una lluvia tibia.