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Cuando Goethe recibió de Bettina el proyecto de su monumento, sintió, recuérdenlo, una lágrima en el ojo y se convenció de que lo más íntimo de su ser le daba así a conocer la verdad: Bettina lo amaba verdaderamente y él había sido injusto con ella. Fue más tarde cuando se dio cuenta de que la lágrima no le había descubierto la notable verdad de la entrega de Bettina, sino tan sólo la trivial verdad de su propia vanidad. Sintió vergüenza por haber cedido una vez más ante la demagogia de su propia lágrima. Y es que tenía ya bastante experiencia sobre el particular al cumplir los cincuenta: cada vez que alguien lo alababa o que experimentaba una intensa satisfacción por un acto hermoso o bueno que había realizado, sentía lágrimas en los ojos. ¿Qué es una lágrima?, se preguntaba y nunca encontraba la respuesta. Pero una cosa era clara: la lágrima era provocada con sospechosa frecuencia por la emoción que en Goethe despertaba la visión de Goethe.

Aproximadamente una semana después de la terrible muerte de Agnes, Laura visitó al destrozado Paul.

—Paul —dijo—, nos hemos quedado solos en el mundo.

A Paul se le humedecieron los ojos, de modo que volvió la cabeza para ocultar ante Laura su emoción.

Fue precisamente ese movimiento de la cabeza lo que la obligó a cogerlo con firmeza del brazo:

—¡Paul, no llores!

Paul miró a Laura a través de las lágrimas y comprobó que ella también tenía los ojos húmedos. Sonrió y dijo con voz temblorosa:

—Yo no lloro. Eres tú la que lloras.

—Cualquier cosa que necesites, Paul, ya sabes que estoy aquí, ya sabes que estoy contigo por completo.

Y Paul le respondió:

—Ya lo sé.

La lágrima en el ojo de Laura era una lágrima debida a la emoción que sentía Laura al ver a Laura decidida a sacrificar toda su vida para permanecer junto al marido de su hermana muerta.

La lágrima en el ojo de Paul era una lágrima debida a la emoción que sentía Paul ante la fidelidad de Paul, que no podía vivir con ninguna otra mujer que no fuese aquella que era la sombra de su mujer muerta, su imitación, su hermana.

Y luego un día se acostaron juntos en la ancha cama y la lágrima (la misericordia de la lágrima) hizo que no tuvieran la menor sensación de estar traicionando a la muerta.

El viejo arte del equívoco erótico fue en su ayuda: no estaban acostados uno junto al otro como esposos, sino como hermanos. Laura había sido hasta entonces para Paul un tabú; es posible que ni siquiera en un rincón de su mente la hubiera relacionado nunca con una imagen erótica. Ahora sentía que era un hermano suyo que tenía que reemplazar a la hermana perdida. Eso le hizo primero moralmente más fácil acostarse con ella y después lo llenó de una excitación completamente desconocida; lo sabían todo el uno del otro (como hermanos) y lo que los había separado no era el desconocimiento, sino la prohibición; una prohibición que había durado veinte años y que con el correr del tiempo se hacía cada vez más imposible de transgredir. Nada había más cercano que el cuerpo del otro. Nada había más prohibido que el cuerpo del otro. Con una sensación de excitante incesto (y con los ojos humedecidos) empezó a hacerle el amor y le hizo el amor de una manera tan salvaje como jamás le había hecho el amor a nadie en la vida.