Rilke dice acerca del amor de Bettina que «no necesita respuesta, contiene la llamada y la respuesta en sí mismo; se oye a sí mismo». El amor que a la gente le siembra en el corazón el jardinero de los ángeles no necesita objeto, eco, no necesita, como decía Bettina, «Gegen-Liebe» (contra-amor). El amado (por ejemplo Goethe) no es el motivo ni el sentido del amor.
En la época de su correspondencia con Goethe, Bettina le escribe cartas amorosas también a Arnim. En una de ellas dice: «El amor verdadero (die wahre Liebe) es incapaz de infidelidad». Semejante amor que no se preocupa por la respuesta («die Liebe ohne Gegen-Liebe») «busca al amado en cada encarnación».
Si a Bettina no le hubiera sembrado el amor en el corazón el angelical jardinero, sino Goethe o Arnim, en su corazón hubiera crecido un amor por Goethe o un amor por Arnim, un amor inimitable, irreemplazable, destinado a quien lo sembró, a quien es amado y, por lo tanto, inencarnable. Un amor así puede ser definido como una relación: una relación privilegiada entre dos personas.
Pero lo que Bettina denomina «wahre Liebe» (amor verdadero), no es un amor-relación, sino un amor-sentimiento; un fuego encendido por una mano celestial en el alma del hombre, una antorcha bajo cuya luz el que ama «busca al amado en cada encarnación». Un amor semejante (amor-sentimiento) no sabe lo que es la infidelidad, porque, aunque cambie el objeto del amor, el amor en sí sigue siendo siempre la misma llama encendida por la misma mano celestial.
Una vez llegados hasta aquí en nuestra reflexión, estamos preparados para empezar a comprender por qué en su amplia correspondencia Bettina hizo a Goethe tan pocas preguntas. ¡Dios mío, se imaginan ustedes si hubieran podido mantener correspondencia con Goethe! ¡Cuántas cosas le habrían preguntado! Sobre sus libros. Sobre los libros de sus contemporáneos. Sobre la poesía. Sobre la pintura. Sobre Alemania. Sobre Europa. Sobre la ciencia y la técnica. Lo habrían bombardeado a preguntas para que tuviera que precisar sus puntos de vista. Habrían discutido con él hasta obligarlo a decir lo que aún no había dicho.
Pero Bettina no intercambia sus opiniones con Goethe. Ni siquiera discute con él sobre arte. Sólo hay una excepción: le escribe acerca de la música. ¡Pero es ella quien imparte las lecciones! Es evidente que Goethe piensa de otro modo. ¿Cómo es posible que Bettina no le pregunte con detalle por los motivos de sus diferencias de opinión? ¡Si hubiese sabido preguntarle, tendríamos en las respuestas de Goethe la primera crítica del romanticismo musical avant la lettre!
Pero no, no encontraremos en esa amplia correspondencia nada de eso, poquísimo será lo que leamos en ella acerca de Goethe, sencillamente porque Bettina se interesaba por Goethe mucho menos de lo que suponemos; el motivo y el sentido de su amor no era Goethe, sino el amor.