«Esta enamorada le fue impuesta», escribió Rilke y nosotros podemos preguntarnos: ¿qué significa la forma gramatical pasiva? Dicho de otra manera: ¿quién se la impuso?
Una pregunta similar se nos plantea al leer la siguiente frase de la carta que Bettina escribe el 15 de junio de 1907 a Goethe: «No hay motivo para que tenga miedo de entregarme a este sentimiento, porque no soy yo quien lo sembró en mi corazón».
¿Quién se lo sembró? ¿Goethe? No hay duda de que no era eso lo que quería decir Bettina. El que se lo sembró en el corazón fue alguien que estaba por encima de ella y de Goethe; si no Dios, al menos uno de los ángeles de los que habla Rilke.
En este punto podemos salir en defensa de Goethe: si alguien (Dios o ángel) sembró un sentimiento en el corazón de Bettina, es natural que Bettina obedezca a ese sentimiento: es un sentimiento que está en su corazón, es su sentimiento. Pero a Goethe, por lo que parece, nadie le sembró sentimiento alguno en el corazón. Bettina le fue «impuesta». Impuesta como una tarea. Auferlegt. ¿Cómo puede entonces reprocharle Rilke a Goethe que se resista a las tareas que le han sido impuestas contra su voluntad y, por así decirlo, sin la menor advertencia? ¿Por qué iba a tener que ponerse de rodillas y escribir «con ambas manos» lo que le dictara la voz que venía de lo alto?
No encontraremos para esto una respuesta racional y sólo podremos echar mano de una comparación: imaginemos a Simón pescando junto al lago de Galilea. Se le acerca Jesús y le pide que deje sus redes y le acompañe. Y Simón dice: «Déjame en paz. Prefiero mis redes y mis peces». Semejante Simón se convertiría de inmediato en una figura cómica, en el Falstaff del Evangelio, igual que ante los ojos de Rilke, Goethe se convirtió en el Falstaff del amor.