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El mismo año en que murió Goethe, ella le contó en una carta a su amigo, el conde Hermann von Pückler-Muskau, lo que había sucedido aquel verano de hacía veinte años. Dijo que se lo había contado personalmente Beethoven. Este había ido a pasar en 1812 (diez meses después de los negros días de las gafas rotas) unos días a Karlovy Vary, donde se había encontrado por primera vez con Goethe. Un día salieron a pasear. Iban juntos por la alameda del balneario y de pronto apareció frente a ellos la emperatriz con su familia y la corte. Goethe, al verlos, dejó de prestar atención a lo que Beethoven le estaba contando, se apartó del camino y se quitó el sombrero. En cambio Beethoven se caló aún más el sombrero, puso cara de enfado, con lo cual sus pobladas cejas crecieron unos cinco centímetros, y siguió caminando sin reducir el paso. Fueron ellos, los nobles, quienes se detuvieron, se hicieron a un lado, saludaron. Cuando estuvo a cierta distancia de ellos se detuvo para esperar a Goethe. Y le dijo todo lo que pensaba sobre su humillante comportamiento de lacayo. Le riñó como a un mocoso.

¿Ocurrió verdaderamente este episodio? ¿Lo inventó Beethoven? ¿Por completo? ¿O se limitó a añadirle colorido? ¿O se lo añadió Bettina? ¿O lo inventó ella entera? Eso ya nunca se sabrá. Pero lo que es seguro es que cuando envió aquella carta a Pückler-Muskau comprendió que esta escena no tenía precio. Sólo ella podía desvelar el verdadero sentido de su historia de amor con Goethe. Pero ¿cómo darlo a conocer? «¿Te gusta la historia?», le pregunta en la carta a Hermann von Pückler. «Kannst Du sie Brauchen? ¿No puedes utilizarla?». El conde no tenía intención de utilizarla y por eso Bettina pensó en publicar su correspondencia con el conde; pero luego se le ocurrió algo mucho mejor: ¡publicó en 1839, en la revista Athenaum, una carta en la que el propio Beethoven le cuenta la misma historia! El original de esa carta que lleva fecha de 18,2 nunca apareció. Sólo quedó la copia escrita por Bettina. Hay algunos detalles (por ejemplo la fecha exacta de la carta) que indican que Beethoven nunca escribió esa carta o al menos no la escribió tal como Bettina la copió. Pero independientemente de que la carta fuera una falsificación o una semifalsificación, la anécdota le encantó a todo el mundo y se hizo famosa. De pronto todo quedaba claro: no fue por casualidad que Goethe prefiriera la morcilla al gran amor: mientras Beethoven es un rebelde que avanza con el sombrero calado hasta la frente y las manos a la espalda, Goethe es un hombre servil que al borde de la alameda se inclina en una humillante reverencia.