13 de setiembre de 1811. Hace ya tres semanas que la joven recién casada, Bettina, de soltera Brentano, está alojada con su marido, el poeta Von Arnim, en casa del matrimonio Goethe en Weimar. Bettina tiene veintiséis años, Arnim treinta, Christiane, la mujer de Goethe, cuarenta y nueve; Goethe sesenta y dos y no tiene un solo diente. Arnim ama a su joven esposa, Christiane ama a su anciano marido y Bettina ni siquiera después de la boda deja de flirtear con Goethe. Aquella tarde Goethe se queda en casa y Christiane acompaña al joven matrimonio a una exposición (la organiza un amigo de la familia, el consejero de la corte Mayer) en la que hay cuadros sobre los cuales Goethe se ha expresado elogiosamente. La señora Christiane no entiende los cuadros pero recuerda lo que sobre ellos dijo Goethe, de modo que ahora puede cómodamente hacer pasar las opiniones de él por suyas propias. Arnim oye la fuerte voz de Christiane y ve las gafas en la nariz de Bettina. Las gafas suben y bajan siempre que Bettina (como los conejos) encoge la nariz. Y Arnim sabe perfectamente lo que eso significa: Bettina está fuera de sí de rabia. Como si intuyera la tormenta que está en el aire, se aleja disimuladamente hacia la sala contigua.
En cuanto sale, Bettina interrumpe a Christiane: ¡no, no está de acuerdo con ella! ¡Esos cuadros son totalmente imposibles!
Christiane también está enfadada y tiene dos motivos: por una parte, esa joven patricia, a pesar de estar casada y embarazada, no se avergüenza de coquetear con su marido, y por otra parte se opone a sus opiniones. ¿Qué quiere? ¿Ser la primera entre quienes se proclaman fieles a Goethe y al mismo tiempo la primera entre quienes se rebelan contra él? A Christiane la saca de quicio cada uno de esos dos motivos por separado y también el que cada uno de ellos excluya lógicamente al otro. Por eso afirma en voz muy alta que es imposible afirmar que unos cuadros tan estupendos son imposibles.
A lo cual Bettina responde: «¡No sólo es posible afirmar que son imposibles, sino que hay que decir que dan risa!». Sí, dan risa y apoya su afirmación con más y más argumentos.
Chistiane presta atención y comprueba que no entiende en absoluto lo que le dice aquella joven. Cuanto más se enfada Bettina, más emplea palabras que ha aprendido de la gente de su generación que pasó por las aulas de la universidad, y Christiane sabe que las emplea precisamente porque ella no las entiende. Mira su nariz en la que las gafas suben y bajan y le parece que aquel idioma incomprensible y aquellas gafas tienen algo en común. ¡En realidad, es curioso que Bettina lleve gafas! ¡Todos saben que Goethe está en contra de que se lleven gafas en público y lo considera una muestra de mal gusto y una excentricidad! Si Bettina a pesar de eso las lleva en Weimar es porque quiere poner descarada y provocativamente de manifiesto que pertenece a la joven generación, precisamente a la que se caracteriza por el romanticismo y las gafas. Y nosotros sabemos lo que quiere decir una persona cuando manifiesta expresamente y con orgullo que pertenece a la joven generación: quiere decir que vivirá cuando los demás (en el caso de Bettina, Christiane y Goethe) lleven ya mucho tiempo yaciendo ridículamente bajo el musgo.
Bettina habla, está cada vez más excitada y de pronto la mano de Christiane sale volando en dirección a su rostro. En el último instante se da cuenta de que no es conveniente darle una bofetada a una invitada. Se detiene, de modo que su mano apenas se desliza por la frente de Bettina. Las gafas caen al suelo y se hacen añicos. La gente da vueltas a su alrededor, perpleja; de la habitación contigua llega corriendo el pobre Arnim y, como no se le ocurre nada más astuto, se agacha y recoge los trozos de cristal, como si quisiera pegarlos.
Todos esperan en tensión durante horas el veredicto de Goethe. ¿De qué parte se pondrá cuando se entere de todo?
Goethe defiende a Christiane y prohíbe para siempre a la pareja volver a entrar en su casa.
Cuando se rompe un vaso eso significa felicidad. Cuando se rompe un espejo cabe esperar siete años de mala suerte. ¿Y cuando se rompen unas gafas? Es la guerra. Bettina declara en todos los salones de Weimar que «esa morcilla gorda se volvió loca y me mordió». La frase va de boca en boca y todo Weimar se muere de risa. Esa frase inmortal, esa risa inmortal, suenan hasta nuestros días.