21

La fiebre descendió por un momento y Jaromil miró a su alrededor; las paredes estaban vacías; la fotografía enmarcada del hombre con uniforme de oficial había desaparecido.

—¿Dónde está papá?

—Papá ya no está aquí —dijo la madre con voz dulce.

—¿Por qué? ¿Quién lo quitó?

—Yo, querido. No quiero que lo estés mirando. No deseo que nadie se interponga entre nosotros. Ahora ya es inútil que nos mintamos. Es necesario que lo sepas. Papá nunca quiso que nacieras. Nunca quiso que vivieras. Quiso obligarme a que no nacieras.

Jaromil estaba agotado por la fiebre y ya no tenía fuerzas para preguntar ni para discutir.

—Mi niño hermoso —dice la madre y le tiembla la voz.

Jaromil se da cuenta de que la mujer que le está hablando siempre lo ha querido, nunca se le ha escapado, nunca ha tenido que tener miedo de perderla ni ha tenido que tener celos de ella.

—Yo no soy hermoso, mamá. Tú eres hermosa. Eres tan joven.

La madre oye lo que le dice el hijo y tiene ganas de llorar de felicidad:

—¿Tú crees que soy hermosa? Tú te pareces a mí. Tú nunca has querido oír que te parecías a mí. Pero te pareces a mí y soy feliz de que así sea. —Y le acarició el pelo que era rubio y suave como los vilanos y se lo besaba—: Tienes el pelo de un ángel, querido.

Jaromil siente que está cansado. Ya no tendría fuerzas para ir tras otra mujer, todas están demasiado lejos y el camino hacia ellas es infinitamente largo:

—En realidad, nunca me ha gustado ninguna mujer —dice—; sólo tú, mamá. Tú eres la más hermosa de todas.

La madre llora y lo besa.

—¿Te acuerdas del balneario?

—Sí, mamá, a ti te he querido más que a ninguna.

La madre ve el mundo a través de una gran lágrima de felicidad; todo alrededor de ella queda borroso por la humedad; las cosas se han escapado de las ataduras de la forma y bailan y se alegran:

—¿De veras, querido?

—Sí —dice Jaromil, sostiene la mano de la madre con su mano ardiente y se siente cansado, enormemente cansado.