Delante de la madre está un desconocido que quiere hablar con Jaromil. La mamá se niega. El hombre le recuerda el nombre de la pelirroja.
—Su hijo ha denunciado al hermano de ella. Los han detenido a los dos. Tengo que hablar con él.
Están el uno frente al otro en la habitación de la mamá, pero para la mamá esa habitación es sólo la antesala del aposento del hijo; vigila la puerta como el ángel armado la puerta del paraíso. La voz del visitante es áspera y despierta en ella la cólera. Abre la puerta de la pequeña habitación del hijo:
—Muy bien, hable si quiere.
El hombre vio la cara enrojecida del muchacho delirando de fiebre y la madre le dijo con voz apagada pero firme:
—No sé nada de lo que usted dice, pero le aseguro que mi hijo sabía lo que hacía. Todo lo que hace responde al interés de la clase obrera.
Al decir estas palabras, que oía con frecuencia a su hijo, pero que le habían sido ajenas hasta entonces, sintió una sensación de fuerza enorme; ahora estaba más unida con el hijo de lo que lo había estado nunca; tenía la misma alma, la misma mente; formaba con él un mismo universo hecho de una misma y única materia.