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Jaromil (ay, aún no tiene veinte años) está en su habitación y padece una fiebre muy alta. El médico ha diagnosticado pulmonía.

A través de la pared se oye una ruidosa disputa entre los inquilinos y las dos habitaciones en las que viven la viuda y su hijo son un islote de silencio asediado. Pero la madre no oye el alboroto de la habitación de al lado. Sólo piensa en los medicamentos, en el té caliente y en las compresas frías. Cuando él era pequeño ya había pasado muchos días para arrancarlo, enrojecido y ardiendo, del reino de los muertos. Ahora va a estar sentada junto a él con la misma pasión, la misma fidelidad y durante el mismo tiempo.

Jaromil duerme, delira, se despierta y vuelve a delirar; el fuego de la fiebre quema su cuerpo.

¿Serán las llamas? ¿Se convertirá al fin en ardor y resplandor?