Por fin (había estado fuera tanto tiempo) ella apareció en la habitación.
—¿Se encuentra a gusto? —se acercó a él y lo miró con sus grandes ojos negros.
A Jaromil le pareció que volvía nuevamente a aquel momento maravilloso en que habían estado juntos en la habitación de ella sin poder separar sus miradas.
—No —respondió mirándola a los ojos.
—¿Se aburre usted con esta gente?
—Estoy aquí por su causa y usted no está nunca. ¿Para qué me ha invitado si no puedo estar nunca con usted?
—Pero si hay tantas otras personas interesantes.
—Todos ellos son para mí sólo una excusa para poder estar cerca de usted. Son sólo una escalera por la que querría subir hasta usted.
Se sentía decidido y estaba contento de sus palabras.
—¡Hoy hay muchos peldaños! —se sonrió.
—Quizá me pudiera enseñar algún pasadizo secreto para llegar hasta usted más rápido que por la escalera.
La cineasta se sonrió:
—Lo intentaremos —dijo; lo tomó de la mano y lo condujo fuera de la habitación. Lo llevó por la escalera hasta la puerta de su habitación y Jaromil empezó a sentir que el corazón le latía más de prisa.
Latía en vano. En aquella habitación, que ya conocía, había ya varios hombres y mujeres.