Y la competición continuaba: todos querían llamar la atención. Alguien tocaba el piano, unas cuantas parejas bailaban, se oían las voces ruidosas y las risas de los que estaban alrededor; todos intentaban dar la nota graciosa y cada uno se esforzaba porque su ingenio sobrepujara al de los demás para destacar.
También estaba Martynov; alto, apuesto, con una elegancia un tanto de opereta, con su uniforme y su larga daga, rodeado de mujeres. ¡Oh, cómo irritaba aquel hombre a Lermontov! Dios había sido injusto al darle a un idiota una cara hermosa y a Lermontov unas piernas cortas. Pero si el poeta no tiene piernas largas, tiene un espíritu sarcástico que lo eleva hasta las alturas.
Se acercó hasta el grupo de Martynov y esperó su oportunidad. Luego hizo una broma insolente y observó a los que le rodeaban, que se habían quedado estupefactos.