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El grupo que se había reunido en la fiesta se componía de jóvenes actores, actrices, pintores y estudiantes de las escuelas de arte de Praga; el propio dueño de la casa participaba en la fiesta y había puesto a disposición de los invitados todas las habitaciones. La cineasta presentó a Jaromil a unas cuantas personas, le dio un vaso para que se sirviera vino por su propia cuenta, de las muchas botellas que había, y luego lo abandonó.

Jaromil se encontraba incómodo con su traje de fiesta, su camisa blanca y su corbata; todos los demás iban vestidos de modo informal, descuidado, muchos de ellos llevaban simplemente un suéter. Permaneció sentado en su silla, revolviéndose inquieto, hasta que ya no aguantó más; se quitó la chaqueta, la dejó sobre el respaldo de la silla, se desabrochó la camisa y se aflojó la corbata; de esta forma se sintió algo más cómodo.

Todos se esforzaban por llamar la atención. Los jóvenes actores se comportaban como si estuvieran en el escenario, hablaban en voz alta y sin naturalidad, todos hacían lo posible por hacer prevalecer su sentido del humor o la originalidad de sus opiniones. Jaromil, que ya había bebido varios vasos de vino, también intentaba sacar la cabeza por encima de la superficie de la diversión; logró decir unas cuantas frases que le parecieron insolentemente agudas y llamar así durante unos segundos la atención de los demás.