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Ha bajado del tranvía y se dirige hacia la casa, de la que la otra noche había salido precipitadamente, huyendo de la hermosa muchacha de pelo negro.

Piensa en Xavier.

Al principio estaba él solo, Jaromil.

Luego Jaromil creó a Xavier, a su doble, y con él a su segunda vida, onírica y aventurera.

Y ahora había llegado el momento en el que había quedado destruida la contradicción entre el sueño y la vigilia, entre la poesía y la vida, entre la acción y el pensamiento. Había desaparecido también la contradicción entre Xavier y Jaromil. Los dos se habían confundido en un solo ser. El hombre de los sueños se había convertido en hombre de acción, la aventura de los sueños se había transformado en aventura de la vida.

Se acercaba a la casa y sentía su vieja inseguridad, aumentada por la circunstancia de que le dolía la garganta (la mamá no lo quería dejar ir a la fiesta, le dijo que debía permanecer en cama).

Dudó al cruzar la puerta y tuvo que recordar todos los grandes sucesos de los últimos días para infundirse valor. Pensó en la pelirroja, en cómo la estarían interrogando, pensó en los policías y en el curso de los acontecimientos que había puesto en marcha con su propia fuerza y voluntad…

«Soy Xavier, soy Xavier…», se dijo, y tocó el timbre.