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La ventana del apartamento estaba abierta y entraba el aire nocturno de primavera; la lámpara estaba ya apagada y el cuarentón permanecía acostado, inmóvil junto a la chica; oía su respiración, su sueño intranquilo y cuando estuvo seguro de que ya estaba dormida, acarició una vez más su mano con suavidad, feliz de haberle podido ofrecer el primer reposo en la nueva era de su triste libertad.

También la ventana del pabellón que hemos construido con este capítulo sigue estando abierta, de forma que no dejan de llegar hasta aquí los perfumes y los sonidos de la novela que hemos abandonado precisamente cuando estaba a punto de culminar. ¿Oís la muerte paseando impaciente a lo lejos? Que espere, aún estamos aquí, en el apartamento de otra persona, escondidos en otra novela, en otra historia.

¿En otra historia? No. En la vida del cuarentón y la chica éste es más bien un descanso en su historia que una historia. Es muy poco probable que este encuentro suyo se enrede en una historia de vida compartida. Éste ha sido más bien un corto reposo que el cuarentón brindó a la chica antes de que tuviera que someterse a la próxima persecución que le esperaba.

También en nuestra novela este capítulo ha sido solamente una pausa silenciosa, durante la cual un hombre desconocido ha encendido de repente la lámpara de la bondad. Quedémonos mirando aún un par de segundos esa lámpara silenciosa, esa luz benefactora, antes de que el pabellón desaparezca de nuestra vista…