Levantó su cara húmeda y comenzó a besarla. Lo impulsaba una simpatía compasiva y no un deseo sensual, pero las situaciones tienen su propio automatismo, del que no es posible escapar: al besarla intentó abrir su boca con la lengua; no fue capaz; sus labios estaban cerrados y se negaban a responder a aquel beso.
Sin embargo, cuanto más difícil le resultaba besarla, mayor era la compasión que sentía por ella porque se daba cuenta de que la chica que tenía entre sus brazos era objeto de un encantamiento, le habían arrancado el alma y llevaba dentro la herida sangrante de la amputación.
Sentía entre sus brazos un cuerpo flaco, huesudo, mísero, pero la húmeda corriente de simpatía, con la ayuda de la penumbra que comenzaba a extenderse, borraba los rasgos y los volúmenes y los despojaba de precisión y materialidad. ¡Y en ese momento sintió en su cuerpo que era capaz de hacerle el amor!
¡Fue algo totalmente inesperado: era sensual sin sensualidad, estaba excitado sin excitación! ¡Quizá era la pura bondad convertida por una transubstanciación misteriosa en excitación del cuerpo!
Pero quizá fue precisamente lo inesperado y lo incomprensible de aquella excitación lo que le puso totalmente fuera de sí. Comenzó a acariciar su cuerpo con avidez y a desabrochar los botones de su vestido.
—¡No, no! ¡No, por favor, no! —se defendió ella.