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¡Ay, Dios mío, levantar la atalaya en este sitio! ¡Y visitar, por ejemplo, a los diez poetas que se sentaron con él en el estrado de la velada policial! ¿Dónde están los poemas que recitaron entonces? Nadie se acuerda de ellos y hasta ellos mismos negarían ser sus autores; porque se avergüenzan de ellos, todos se avergüenzan ya de ellos…

¿Qué es lo que ha quedado de aquella época tan lejana? Aquéllos son para todo el mundo los años de los procesos políticos, de las persecuciones, de los libros prohibidos y de los asesinatos judiciales. Pero nosotros, que tenemos buena memoria, queremos dar nuestro testimonio: ¡aquella época no fue sólo horrorosa sino también lírica! La gobernaban mano a mano, el verdugo y el poeta.

Los muros, tras los que se hallaban prisioneros los hombres, estaban construidos de versos y a lo largo de aquellos muros se bailaba. Y no, no era ninguna dance macabre. ¡Aquí bailaba la inocencia! La inocencia con su sonrisa ensangrentada.

¿Que el lirismo de aquella época era pésimo? ¡No del todo! El novelista que escribía acerca de aquella época con los ojos tapados por el conformismo, creaba obras falaces, muertas ya antes de nacer. Pero el poeta lírico que cantaba por entonces con la misma ceguera ha dejado tras de sí, frecuentemente, buena poesía. Porque, como ya hemos dicho, en el campo mágico de la poesía, cualquier afirmación se convierte en verdadera cuando detrás de ella está la fuerza de la vivencia. Y aquellos poetas líricos vivían con tal intensidad que sus sentimientos echaban humo y en el firmamento se extendía un arco iris, un arco iris maravilloso por encima de las cárceles…

Pero no, no levantaremos nuestra atalaya en nuestros días, porque no nos interesa describir aquella época y poner frente a ella más y más espejos. No hemos elegido aquella época porque hubiéramos tenido la intención de retratarla, sino porque nos parecía que era una trampa perfecta para aprisionar a Rimbaud y a Lermontov, una trampa perfecta para el lirismo y la juventud. ¿Qué es una novela sino una trampa en la que cae el héroe? ¡La descripción de la época nos importa un cuerno! ¡Lo que nos interesa es el hombre joven que hace poesía!

Y ese hombre joven, a quien hemos llamado Jaromil, no se nos debe perder de vista. Sí, abandonemos por un momento nuestra novela, traslademos la atalaya, por un momento, más allá del fin de la vida de Jaromil y situémosla en la mente de otro personaje, hecho de otro material completamente distinto. Pero no la coloquemos más que dos o tres años más allá de su muerte, mientras aún no ha sido olvidado por todos. Construyamos un capítulo que esté, con respecto al resto del relato, más o menos en la misma relación en la que está un pequeño pabellón respecto a una villa residencial:

El pabellón se halla a unas cuantas decenas de metros de la villa; es un edificio independiente, del que la villa puede prescindir; así es que hace ya tiempo que lo ha alquilado otra persona y los propietarios de la villa ya no lo utilizan. Pero en el pabellón hay una ventana abierta, de modo que hasta ella llegan desde lejos los vapores de la cocina y las voces de la gente de la villa.