—Eres fantástico, fantástico —le dijo ella al oído mientras permanecía acostado junto a ella, la cabeza hundida entre los almohadones, con una terrible sensación de alegría; tras una corta pausa, le dijo—: ¿Cuántas mujeres has tenido hasta ahora?
Se encogió de hombros y se sonrió con un aire intencionadamente misterioso.
—¿Lo guardas en secreto?
—Adivina.
—Yo diría que entre cinco y diez —dijo ella, con el tono de una persona experimentada.
Lo invadió un alegre sentimiento de orgullo; le pareció como si un momento antes no le hubiera hecho el amor sólo a ella, sino también a aquellas cinco o diez mujeres que había nombrado; como si ella no lo hubiera liberado únicamente de la virginidad, sino que lo hubiera hecho avanzar directamente hasta las profundidades de la edad viril.
La miró agradecido y la desnudez de ella lo entusiasmó. ¿Cómo era posible que no le hubiera gustado? ¿No tenía acaso unos senos absolutamente innegables en el pecho y un vello absolutamente innegable en el pubis?
—¡Desnuda eres cien veces más bonita que vestida! —le dijo y alabó su belleza.
—¿Hacía mucho que me deseabas? —le preguntó.
—Sí, mucho, ya lo sabes.
—Sí, ya lo sé. Me di cuenta cuando vi que venías a hacer las compras. Sé que me esperabas delante de la tienda.
—No te atrevías a hablar conmigo porque yo nunca iba sola. Pero sabía que algún día estarías conmigo. Porque yo también te deseaba.