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Eran las seis de la tarde del dos de mayo; las vendedoras salían de la tienda y de repente ocurrió algo inesperado: la pelirroja iba sola.

Se escondió rápidamente detrás de la esquina, pero ya era tarde. La muchacha lo había visto y se dirigía hacia él: «¿Sabe usted que no es de buena educación espiar de noche por las ventanas?».

Se sonrojó e intentó disculparse lo más rápidamente posible por el incidente del día anterior, tenía miedo de que la presencia de la pelirroja le volviera a estropear la oportunidad de encontrarse con la morena, cuando ésta saliera de la tienda. Pero la pelirroja era muy charlatana y no parecía tener ninguna intención de separarse de Jaromil; incluso lo invitó a que la acompañara hasta su casa (acompañar a una chica hasta su casa era, al parecer, mucho más correcto que espiarla por la ventana).

Jaromil miraba desesperadamente hacia la puerta de la tienda.

—¿Y dónde está su compañera? —preguntó finalmente.

—Vaya despiste. Ya no trabaja con nosotras.

Fueron juntos hasta la casa de la chica y Jaromil se enteró de que las dos venían de provincias y de que trabajaban y vivían juntas en Praga; pero la morena se había marchado de Praga porque se iba a casar.

Cuando se detuvieron frente al edificio, la chica le dijo: «¿No quiere pasar un rato a mi habitación?».

Sorprendido y confuso, entró en la pequeña habitación. Y luego, sin saber cómo, se abrazaron, se besaron y un rato más tarde estaban ya sentados en una cama cubierta con una colcha de lana.

¡Fue todo tan rápido y tan sencillo! Antes de que él tuviera tiempo de pensar en que se encontraba ante una tarea difícil y decisiva, ella le puso la mano entre las piernas y el chico se alegró enormemente, porque su cuerpo había reaccionado como debía.