La noche caía lentamente sobre la ciudad y Jaromil ansiaba encontrarla. Varias veces había seguido a alguna mujer que se le parecía viéndola desde atrás. Era hermoso perseguir en vano a una mujer perdida en medio de una masa infinita. Luego decidió que iría a pasear ante la casa en que una vez la había visto entrar. Era poco probable que la encontrara allí, pero no quería ir a casa mientras su mamá estuviera levantada. (No soportaba su casa más que durante la noche, cuando la mamá dormía y la fotografía del papá tomaba vida).
Y así iba de un extremo a otro de una calle perdida de la periferia, donde el 1.o de Mayo con sus banderas y sus lilas no había dejado ninguna huella alegre. En el edificio se iban encendiendo las luces. Finalmente brilló también la luz del piso del sótano, junto a la acera. ¡Y Jaromil vio allí a la chica que conocía!
Pero no, no era la cajera morena; era su amiga, la pelirroja delgada; se acercaba a la ventana para bajar la persiana.
Jaromil no pudo siquiera tragar toda la amargura del desengaño; comprendió que lo habían visto; enrojeció y se comportó igual que aquella vez cuando la hermosa criada había mirado hacia el agujero de la cerradura desde la bañera.
Huyó.