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La vida está en otra parte, habían escrito los estudiantes en la pared de la Sorbona. Efectivamente, él lo sabe muy bien y por eso se va de Londres a Irlanda, donde el pueblo se ha sublevado. Se llama Percy Shelley, tiene veinte años y lleva una cartera con cientos de octavillas y declaraciones que le servirán de salvoconducto para penetrar en la vida real.

Porque la vida real está en otra parte. Los estudiantes arrancan el empedrado, vuelcan los coches, levantan barricadas; su entrada en el mundo es bella y ruidosa, está alumbrada por las llamas y la festejan las explosiones de las bombas lacrimógenas. ¡Cuánto más difícil lo tuvo Rimbaud, que soñaba con las barricadas de la Comuna de París y no pudo salir de Charleville para verlas! En cambio, en 1968 miles de Rimbauds tienen sus barricadas propias; parapetados detrás de ellas rechazan cualquier compromiso con los actuales dueños del mundo. La emancipación del hombre será total o no será.

Pero a un kilómetro de aquí, en la otra orilla del Sena, los actuales dueños del mundo siguen viviendo su vida y perciben el griterío del barrio latino sólo como algo que ocurre a lo lejos. El sueño es realidad, han escrito los estudiantes en la pared, pero parece que la verdad es precisamente lo contrario: esta realidad (las barricadas, los árboles talados, las banderas rojas) ha sido un sueño.