16

En un aula amplia los pupitres han sido trasladados hacia las paredes y en el suelo hay pinceles, pinturas y pancartas de papel en las que varios estudiantes de la facultad de ciencias políticas pintan las consignas para la manifestación del primero de mayo. Jaromil, que es el autor de las consignas, está de pie mirando una libreta.

Pero ¿qué ocurre? ¿Nos hemos confundido de fecha? Les está dictando a los compañeros que pintan, precisamente las mismas consignas que hace un rato había leído el viejo científico a quien silbaron los estudiantes en los pasillos de la Sorbona rebelde. No, no nos hemos confundido; las consignas que Jaromil hace escribir en las pancartas son exactamente las mismas que veinte años más tarde escribirán los estudiantes de París en las paredes de la Sorbona, en las paredes de Nanterre, en las paredes de Censier.

El sueño es realidad, ordena escribir en una de las pancartas; y en la siguiente: Sed realistas; pedid lo imposible; y en la de al lado: Decretamos el estado de felicidad permanente; y en otra: Basta de iglesias (esa consigna le gusta mucho, se compone de sólo tres palabras y rechaza dos milenios de historia); y otra consigna: Nada de libertad para los enemigos de la libertad, y la siguiente: La imaginación al poder, y otra: Muerte a los tibios, y aún más: Revolución en la política, en la familia, en el amor.

Los compañeros pintaban las letras y Jaromil paseaba entre ellos orgulloso, como un mariscal de las palabras. Estaba feliz de poder ser útil y de que su arte de hacer frases hubiera encontrado una aplicación. Sabe que la poesía está muerta (el arte ha muerto, dice la pared de la Sorbona) pero ha muerto para resucitar como arte de agitación y de consignas escritas en pancartas y en paredes de la ciudad (porque la poesía está en la calle, dice la pared del Odeón).