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Los jóvenes no saben qué poder tiene ser joven. Pero el poeta que acaba de erguirse (tiene unos sesenta años) para recitar su poema, sí que lo sabe.

Joven es, recitaba con voz melodiosa, el que va junto con la juventud del mundo y la juventud del mundo es el socialismo. Joven es el que está sumergido en el futuro y no mira hacia atrás.

Digámoslo con otras palabras: en la concepción del poeta sesentón, la juventud no era un término que enmarcara una edad determinada, sino un valor que no tiene nada que ver con una edad concreta. Esta idea, bien rimada, cumplía al menos una doble misión: por una parte, era un cumplido para el público joven; por la otra, tenía el poder mágico de liberar al poeta de sus arrugas y su edad y lo integraba (ya que no cabía duda de que iba con el socialismo y no miraba hacia atrás) con las jóvenes y los jóvenes.

Jaromil se hallaba sentado entre el público y seguía con atención a los poetas, pero como si los viera desde la otra orilla, como alguien que ya no es parte de ellos. Oía sus versos con la misma frialdad con la que en otras oportunidades escuchaba las palabras de los profesores sobre los que informaba luego al comité. El que más le interesaba era el poeta de nombre famoso que se levantaba ahora de su silla (el aplauso que había recibido el sesentón ya se había acallado) y avanzaba hacia la parte delantera del estrado. (Sí, era el mismo que había recibido una vez un paquete con veinte auriculares cortados).