Sólo un verdadero poeta sabe qué inmenso es el deseo de no ser poeta, el deseo de abandonar esa casa de espejos en la que reina un silencio ensordecedor.
Desterrado del país del sueño
busco abrigo entre la multitud
y en blasfemia esta canción mía
quiero convertir.
Pero cuando Frantisek Halas escribió estos versos, no estaba entre la muchedumbre en la plaza; la habitación y la mesa sobre la que se inclinaba estaban en silencio.
Y no es cierto que lo hubieran desterrado del país del sueño. Precisamente, la multitud sobre la que escribía era el país de su sueño.
Y tampoco fue capaz de transformar la canción en blasfemia; al contrario, su blasfemar se transformaba constantemente en canción.
¿Es que realmente no se puede huir de la casa de los espejos?