Ha venido a Praga a visitarlo desde su ciudad provinciana y oye los poemas que le recita. Está tranquila; sabe que su hijo sigue siendo suyo; no se lo han arrebatado ni las mujeres ni el mundo; por el contrario, las mujeres y el mundo han quedado dentro del círculo mágico de la poesía y ése es el círculo que ella misma ha trazado alrededor del hijo, el círculo dentro del cual ella gobierna en secreto.
Precisamente le está leyendo el poema que escribió a la memoria de la madre de ella, de su abuela:
Porque voy a la lucha
abuela mía
por la belleza de este mundo.
La señora Wolker está tranquila. Que el hijo vaya en sus poemas a la lucha, que tenga allí el martillo en la mano y la amada del brazo; eso no le afecta; también están ahí ella, la abuela, la cómoda de su casa y todas las virtudes que ella le ha inculcado. Que el mundo lo vea con el martillo en la mano. Ella bien sabe que andar delante del rostro del mundo es algo muy distinto que irse al mundo.
Pero el poeta también conoce esa diferencia. ¡Y sólo él sabe cómo se siente la añoranza en la casa de la poesía!