Porque continúa huyendo de ella y continúa sin poder escapar; desayuna y cena con ella, la de las buenas noches y los buenos días. Por la mañana, ella le da la bolsa de la compra; la mamá no tiene en cuenta que este símbolo de la cocina no le sienta bien al guardián ideológico de los profesores y lo manda a hacer las compras.
Mira, va por la misma calle en la que lo vimos al comienzo del capítulo tercero, cuando se ruborizó ante una mujer desconocida que venía hacia él. Han pasado varios años desde entonces pero se sigue poniendo colorado y en el comercio, cuando la madre lo manda a hacer las compras, le da miedo mirar a los ojos a la chica del delantal blanco.
Esa chica que pasa ocho horas sentada en la estrecha jaula de la caja, le gusta muchísimo. La blandura de sus rasgos, la lentitud de sus gestos, el aprisionamiento, todo eso le parece misteriosamente cercano y predeterminado. Además, él sabe por qué: esa chica se parece a la criada a la que le fusilaron el amante; tristeza-hermoso rostro. Y la jaula de la caja, donde la chica está sentada, se parece a la bañera en donde vio sentarse a la criada.