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Era el año 1870 y en Charleville retumbaban desde lejos los cañones de la guerra franco-prusiana. Era una oportunidad especialmente favorable para la huida, porque el sonido de las batallas atrae nostálgicamente a los poetas líricos.

Su pequeño cuerpo con las piernas torcidas se vistió el uniforme de húsar. Lermontov, con dieciocho años, se convirtió en soldado y huyó de su abuela y de su molesto amor materno. Cambió la pluma, que es la llave de la propia alma, por la pistola, que es la llave de las puertas del mundo. Porque si mandamos una bala al pecho de otro hombre es como si nosotros mismos nos hubiéramos introducido en ese pecho; y el pecho del otro es el mundo.

Desde el momento en que se apartó de la mano de su madre, Jaromil sigue huyendo y también en sus pasos se entremezcla algo así como el ruido de los cañones. No se trata de las explosiones de las granadas, sino del ruido de la revolución política. En una época así, el soldado es un elemento decorativo y el político un soldado. Jaromil ya no escribe versos sino que concurre asiduamente a las clases de la facultad de ciencias políticas.