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Tiene que llegar el momento en que el poeta se arranca de la mano de la madre y corre.

Hasta hace poco iba obediente en fila de a dos, delante las hermanas, Isabel y Vitalia, después él con su hermano Federico y detrás, como jefe, la madre, que sacaba a pasear a sus hijos, semana tras semana, por Charleville.

Cuando tenía dieciséis años se arrancó por primera vez de su mano. En París lo cogió la policía, el maestro Izambard con sus hermanas (sí, las mismas que se inclinaban sobre él, buscándole los piojos) le dieron un sitio donde dormir durante unas semanas y luego, con dos bofetadas, volvió a cerrarse sobre él el frío abrazo maternal.

Pero Arthur Rimbaud volvió a huir una y otra vez; huía sin poder deshacerse del collar que oprimía su garganta y creaba sus poemas mientras huía.