Hemos elegido este episodio entre decenas de ellos para poder decir que el grado más alto de felicidad que había conocido Jaromil hasta el momento era la cabeza de una chica apoyada en su hombro.
Una cabeza femenina significaba para él más que un cuerpo femenino. No entendía demasiado de cuerpos femeninos (¿qué son, en realidad, unas hermosas piernas de mujer?, ¿cómo debe ser un culo hermoso?), mientras que la cara era algo que él comprendía y sólo ella decidía, a sus ojos, la belleza de una mujer.
Con esto no queremos decir que no le interesara el cuerpo. La idea de una chica desnuda le producía vértigo. Pero dejemos constancia de esta sutil diferencia:
No deseaba la desnudez del cuerpo de una chica; deseaba el rostro de una chica iluminado por la desnudez de su cuerpo.
No quería poseer el cuerpo de una chica; quería el rostro de una chica que, como prueba de amor, le diera su cuerpo.
El cuerpo estaba más allá de los límites de su experiencia y precisamente por eso escribía sobre él infinidad de versos. ¡Cuántas veces aparece en sus versos de aquella época el pubis femenino! Sólo gracias a la milagrosa magia poética (la magia de la inexperiencia). Jaromil hizo de ese engaño paridor y copulador un objeto nebuloso y un lema de ensoñaciones lúdicas.
Así en un poema escribió que en medio del cuerpo femenino había un pequeño reloj con su tic-tac.
En otra ocasión se imaginaba que aquél era el hogar de seres invisibles.
Y en otra se dejaba llevar por la imagen de la abertura y se veía a sí mismo convertido en una canica cayendo prolongadamente por esa abertura hasta convertirse en una pura caída, una caída que por su cuerpo de por vida cae.
En otro poema las piernas de la muchacha se convierten en dos ríos que confluyen; se imaginaba en esa confluencia una montaña misteriosa que denominaba, con un nombre inventado con sabor a Biblia, el monte Seyrn.
En otro habla del largo viaje sin rumbo de un velocipedista (esa palabra le parecía hermosa como un crepúsculo) que recorre cansado la región; la región es el cuerpo de ella y las dos parvas de heno en las que quiere dormir son sus pechos.
¡Era maravilloso vagar por un cuerpo de mujer desconocido, nunca visto, irreal, por un cuerpo sin olores, sin irritaciones, sin pequeños defectos ni enfermedades, por un cuerpo imaginado, por un cuerpo-campo de sueños!
Era algo tan encantador hablar de los pechos y el pubis de una mujer con el mismo tono con que se narran los cuentos infantiles; y es que Jaromil vivía en el país de la ternura y ése es el país de la niñez artificial Decimos artificial porque la niñez real no es ningún paraíso ni está llena de ternura precisamente.
La ternura nace en el momento en que el hombre es escupido hacia el umbral de la madurez y se da cuenta, angustiado, de las ventajas de la infancia que, como niño, no comprendía.
La ternura es el sobresalto que nos produce la edad adulta.
La ternura es un intento de crear un ámbito artificial en el que pueda tener validez el compromiso de comportarnos con nuestro prójimo como si fuera un niño.
La ternura es también el sobresalto que nos producen las consecuencias físicas del amor; es un intento de sustraer al amor del reino de la madurez (en donde es algo serio, traicionero, lleno de responsabilidad y de cuerpo) y considerar a la mujer como niña.
Pausadamente late con el corazón de su lengual, escribió en un poema. Le parecía que la lengua, el meñique, los pechos, el ombligo, eran seres autónomos que hablaban entre sí con una voz imperceptible; le parecía que el cuerpo de una chica se componía de miles de seres y que amar ese cuerpo significaba prestar atención a esos seres y oír cómo en un idioma misterioso conversaban sus dos senos.