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¿Creéis que el pasado, por el hecho de haber pasado, es algo ya acabado e inmutable? ¡Qué va! Sus vestidos están hechos de un tafetán cambiante y cada vez que lo miramos lo vemos de un color diferente. Hace poco ella se reprochaba haber traicionado al marido por culpa del pintor y ahora se arranca los pelos por haber traicionado, a causa de su marido, a su único amor.

¡Qué cobarde ha sido! Su ingeniero vivía una gran historia romántica y a ella le dejaba, como a una criada, sólo las migajas de la vida cotidiana. Y ella estaba tan llena de miedo y de cargos de conciencia que la aventura con el pintor pasó por encima de ella sin que hubiera alcanzado a percibirla. Ahora lo ve: ha desaprovechado la única gran oportunidad que la vida le ofreció a su corazón.

Comenzó a pensar en el pintor con una obstinación demencial. Lo curioso era que los recuerdos no se lo dibujaban con el fondo del estudio de Praga en el que había vivido junto a él días de amor sensual, sino en un paisaje color pastel, con el río, la barca y las arcadas renacentistas del balneario. El paraíso de su corazón lo encontraba en aquellos silenciosos días del balneario, cuando el amor aún no había nacido, sino que apenas había sido concebido. Deseaba ver otra vez al pintor y pedirle que volvieran a vivir juntos nuevamente su historia de amor y la vivieran sobre aquel fondo de color pastel, libremente, con alegría y sin prejuicios.

Un día subió por las escaleras hasta la puerta de su apartamento. Pero no tocó el timbre porque oyó una voz femenina que venía de la habitación.

Dio vueltas y vueltas ante su casa, hasta que por fin lo vio; vestía, como de costumbre, un abrigo de cuero y llevaba del brazo a una muchacha joven, a la que acompañó hasta la parada del tranvía. Cuando lo vio regresar fue hacia él. Él la reconoció y la saludó, sorprendido. Ella fingió sorpresa ante el casual encuentro. La invitó a su casa. El corazón comenzó a latirle con fuerza porque sabía que con sólo tocarla se desharía en sus brazos.

Le ofreció vino; le enseñó sus nuevos cuadros; le sonrió amistosamente, tal como sonreímos a algo que pertenece al pasado; no la tocó siquiera y luego la acompañó al tranvía.