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Caía hacia abajo a través de sus sueños.

El momento más hermoso era cuando un sueño todavía duraba, pero ya alumbraba tras el otro, en el que se despertaba.

Las manos que lo acariciaban en el momento en que se hallaba inmerso en el paisaje montañoso, pertenecían ya a la mujer del sueño en el que volvía a caer, pero Xavier aún no sabía nada de eso, de modo que aquellas manos existen ahora por sí mismas; son unas manos mágicas en un espacio vacío; unas manos entre dos historias, entre dos vidas; unas manos que no habían sido deterioradas por un cuerpo ni por una cabeza.

¡Ojalá dure eternamente esta caricia de las manos sin cuerpo!