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Xavier no vive una sola vida, que va desde el nacimiento hasta la muerte como un largo hilo mugriento; no vive su vida, la duerme; en esa vida-sueño salta de un sueño a otro; sueña, en el sueño se duerme y tiene otro sueño, de modo que su sueño es como una caja en la que hay otra más pequeña y en esa otra y otra.

Mira, en este momento está durmiendo al mismo tiempo en la casa junto al puente de Carlos y en la casa de la montaña; esos dos sueños resuenan como dos tonos largamente mantenidos en un órgano; y junto a los dos suena ahora un tercero:

Está de pie y mira hacia los lados. La calle permanece vacía, sólo de vez en cuando pasa una sombra que se pierde rápidamente al doblar la esquina o al cruzar un portal. Él tampoco quiere que lo vean; camina por perdidas callejuelas del suburbio y del otro lado de la ciudad oye el ruido de un tiroteo.

Finalmente entró en una casa y bajó por la escalera; en el sótano había varias puertas; buscó durante un rato la que correspondía y luego golpeó; primero tres veces, luego, tras una pausa, una vez y, después de otra pausa, otras tres veces.