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Xavier no duerme por acumular fuerzas para la vigilia. No, desconoce ese monótono péndulo sueño-vigilia, que oscila trescientas sesenta y cinco veces por año.

El sueño no es para él lo contrario de la vida; el sueño es para él la vida y la vida es sueño. Pasa de un sueño a otro, como si pasara de una vida a otra.

Es de noche, es noche cerrada, pero desde lo alto aparecen de repente dos haces de luz. Es la luz de dos lámparas; en esos dos círculos recortados en la oscuridad se ven caer gruesos copos.

Entró corriendo por la puerta de un edificio bajo, pasó rápidamente por la sala y llegó al andén donde se hallaba un tren con las ventanas iluminadas, dispuesto para partir; junto a él se paseaba un viejo con una linterna y cerraba las puertas de los vagones. Xavier saltó rápidamente al tren cuando el anciano levantaba ya la linterna; desde el otro extremo del andén se oyó el prolongado sonido de un silbato y el tren arrancó.