EL REENCUENTRO
—Te queda bien ese vestido, ¿es nuevo?
Le he dicho que sí, que es nuevo, y que no sé qué me pasa, que estoy nerviosa. Él me ha contestado que es normal y que también está nervioso aunque no se le note tanto como a mí. Me ha preguntado que qué quiero tomar. Le he dicho que un café.
—Con leche, ¿no? Ok, yo voy a pedirme una copa. Voy a la barra, vuelvo ahora.
Me tiembla todo el cuerpo. Cuando nos hemos visto nos hemos dado dos besos. Creo que nunca en mi vida le había dado dos besos. Al hacerlo he cogido aire para aspirar el olor de su piel y… Joder, qué felicidad.
Viene y se sienta a mi lado.
—Nata, qué guapa estás…
—¡Gracias!
—Tía, es que no sé ni por dónde empezar…
—¿Por el principio?
—Ya, pero ¿dónde está el principio? —Ha movido los hielos de su whisky—. Ojalá lo supiera para explicártelo bien, pero no tengo ni idea. A ver, cómo te lo cuento… —Ha dado un sorbo muy despacio y ha dejado la copa en la mesa—. Nata, durante bastante tiempo no quise ver lo que estaba pasando, prefería hacer como que todo seguía igual: tú, yo, nuestra vida de pareja, nuestros planes… Pero hubo una mañana en la que creí que no podía respirar, en la que sentí que me estaba ahogando porque el mundo me atrapaba… Aquel día estuvo lloviendo durante toda la tarde y a última hora te llamé para que no quedaras con nadie después del trabajo porque teníamos que hablar. Te dije que necesitaba un tiempo para saber qué quería…
Ha vuelto a remover los hielos y me ha mirado.
—Sé que te pedí un tiempo, Nata, pero para mí ya era tarde. Hacía muchos meses que sabía claramente lo que quería, pero no me atrevía a admitirlo. No quería creérmelo yo, no quería decírmelo a mí en voz alta y mucho menos quería decírtelo a ti. Primero pensé que se me pasaría, que era un capricho y que, al fin y al cabo, si le pasaba a todo el mundo, por qué no iba a pasarme a mí. Estaba harto de oír a colegas míos que llevan años con sus novias y, de pronto, se enrollan con una chica en una fiesta, y luego con otra, y con otra, y siguen con sus parejas. Joder, ¿por qué no podía pasarme a mí? Cuando llevas un tiempo con la misma persona es casi normal que aparezca alguien que haga que se te remueva todo por dentro, pero luego eso se pasa. Te la follas y se pasa…, ¿no? Y si no se ha enterado nadie, pues sigues para delante con tu vida y ya está… Pero a mí no se me pasó, Nata, yo me enamoré hasta las trancas, me volví loco por ella, completamente loco. Por más que intentaba no pensar, más pensaba en ella. Desde que la veía por la mañana en el estudio hasta que salíamos por la puerta, pensaba en ella… Estaba como obsesionado, nunca me había pasado algo así. Si no venía a trabajar, me pasaba todo el día nervioso; si no me contestaba a un mensaje, me enfadaba; si hablaba con otro compañero, me quemaban los celos… Fueron unas semanas en las que me sentí desquiciado, Nata, desquiciado. Ella no quería dar ningún paso conmigo hasta que no te dejara, y aquello me convertía en un tipo miserable: quería estar con ella pero no me atrevía a dejarte a ti, no sabía cómo decírtelo, no quería hacerte daño, no quería hacer daño a nadie, y al final… Mira: te lo estaba haciendo a ti, se lo estaba haciendo a ella y me lo estaba haciendo a mí. Supongo que por eso empezamos tú y yo a discutir, por eso me notabas irascible y raro, por eso me preguntabas todo el tiempo que qué me pasaba, y yo hacía como que no te escuchaba… Te juro que más de una vez pensé en contártelo todo, alguna de aquellas veces que creía que iba a explotar, me decía a mí mismo: «Cuéntaselo, joder, cuéntale lo que te pasa, que seguro que te va a entender.» Quería pedirte que me ayudaras a que no ocurriera, que me sujetaras y no me dejaras caer, que te aferraras a mí y me calmaras, que consiguieras que me olvidara de ella… Porque no te imaginas el dolor que sentía al saber que era a ti a quien estaba engañando, Nata. A ti, que entendías siempre todo; que me habías apoyado en cada cosa que me había propuesto; que te habías quedado horas y horas esperando sola porque se complicaba un proyecto; a ti, Nata, a ti. A ti a la que estaba dejando de querer y a la que ya no amaba. Y recuerdo que cuando volvía de estar con ella y entraba en casa de madrugada y te veía tan dulce, pensaba: «No se lo puedo hacer, a ella no.» Pero te lo hice, Nata. Y si he venido hoy es porque necesitaba pedirte perdón… Sé que has pasado meses angustiada porque no te he llamado, porque no he contestado a tus mensajes y porque no he dado señales de vida, pero ¿qué querías que te dijera? ¿Te llamaba y te decía: «Estoy feliz, he encontrado a la mujer de mi vida y lamento mucho que tú estés pasándolo tan mal»? Pues a lo mejor tendría que habértelo dicho antes, pero no he sido capaz, tía, no he sido capaz hasta ahora, que me encuentro otra vez con fuerzas para sentarme delante de ti y mirarte a los ojos… ¿Te acuerdas de que muchas veces me preguntabas qué era el amor? ¿Te acuerdas de que me lo preguntabas? Y yo te decía: «Joder, tía, pues lo que sentimos.» Pues ahora sé que quizá aquello no era amor, porque lo pienso y se me queda pequeño. Amor es más, es mucho más. Es que se te haga grande el corazón para abarcar a la otra persona, pero no sabes hasta qué punto, Nata, no puedes ni imaginártelo. Es querer crecer, es tener ganas de crear un proyecto infinito, de no ser sólo dos, es mirarla y pensar que quieres algo suyo, algo de su cuerpo, de su vida… Y me está pasando, Nata. Algo mío está creciendo dentro de ella y he venido a contártelo porque no quiero que te lo cuente nadie antes que yo. Y… porque estoy en deuda contigo: tú me hiciste creer que la vida podía ser maravillosa y, en parte, sentirme ahora como me siento también te lo debo a ti.
Ha caído una bomba atómica en el bar y creo que voy a vomitar.